Del vecino francés prisionero en el pontón
Una vez concluída la guerra en la bahía, la distribución social de la ciudad cambió por completo y los vencidos fueron encarcelados o vivieron de trabajos de baja cualificación
Actualizado: GuardarConcluida la batalla en la bahía gaditana, pasado los pabellones franceses a los barcos españoles, surgía la verdad, la guerra había comenzado y entonces ¿Qué hacer con esa importante colonia francesa que vivía en Cádiz? Hombres que habían dado muestra de ser aliados contra los ingleses y estaban insertos en la vida de la ciudad, conviviendo con los gaditanos como vecinos.
«Habiéndose comunicado por la Suprema Junta del Gobierno de España e Indias a los particulares de esta plaza, el modo de que deberán ser juramentados los individuos que estén bajo la bandera francesa, residentes en esta ciudad en el Bando prescrito en el día de ayer, relativo al asunto; en consecuencia se presentaran desde las diez del día de mañana quince del corriente todas las personas comprendidas en él, en las casas del Señor D. José de Montemayor, Juez de lo civil en esta plaza para que en presencia de su señoría y del Señor Conde de Río Molino, comisionados ambos al intento por esta Junta de Gobierno, y miembros de ella, presten el juramento y evacuen los requisitos que se prescriben en el citado aditamento publicado sobre la Declaración de Guerra con la Francia, en inteligencia que como el término preceptuado es de cuatro días, debería presentarse en el referido de mañana los individuos correspondientes a los Barrios de Nuestra Señora del Rosario, Mundo Nuevo, Santiago y San Lorenzo. En el segundo día, que es el diecisiete, los pertenecientes a los Barrios del Ave María, Candelaria, Nuestra Señora de las Angustias y San Carlos y la Viña. En el tercero, que es el dieciocho del corriente, los que pertenecen a los Barrios de San Antonio, Bendición de Dios, San Roque y Boquete, Nuestra señora del Pilar y Cuna. En el cuarto y último que es el veinte, Los de los Barrios de Santa Cruz, San Felipe, cruz de la Verdad, Extramuros de Puerta de Tierra, Capuchinos y Puntales. Advertidos que de no presentarse como se previene en dicha instrucción, se procederá con ellos en los términos que prescribe. Y para que llegue la noticia a todos se fija de orden de dichos señores comisionados. Cádiz Junio 14 de 1808».
La población gaditana estaba distribuida a finales de siglo XVIII en diecinueve barrios: 1.La Merced y Santa María,2. San Roque y el Boquete, 3.Santiago, 4.El Ave María, 5.Santa Cruz, 6.Capuchinos, 7.San Lorenzo, 8.La Viña, 9. El Mundo Nuevo, 10.La Cruz de La Verdad, 11.La Cuna, 12.San Felipe Neri, 13.El Pilar, 14.Las Angustias, 15.El Rosario, 16.Candelaria, 17.San Antonio, 18.Bendición de Dios, 19.Extramuros. La Viña sería el más densamente poblado seguido por La Merced, San Roque y Santa Cruz donde habría establecida una población humilde frente a la población burguesa de barrios como el de Candelaria, San Antonio, La Cuna y el Rosario. En estos barrios se situarían un gran parte de estos ciudadanos extranjeros que bien se dedicaban a actividades comerciales o trabajaban en el servicio de familias burguesas adineradas. Y de estos foráneos, los que se dedicaron al artesanado se situaron como el resto de artesanos gaditanos en los barrios de La Viña, Mundo Nuevo, capuchinos, San Lorenzo y Cruz de la Verdad. Los fabricantes en los barrios de Candelaria y Ave María. Dándose también una grupo de extranjeros labradores en los extramuros de la ciudad.
Situación demográfica
Cádiz se presentaba en el último tercio del siglo XVIII como una de las ciudades más importantes del país, superado tan solo por Madrid, Barcelona Sevilla y Valencia, rebasando los sesenta y cinco mil habitantes. La dinámica demográfica de aquellos años, nos muestra un movimiento migratorio elevado. La intensa actividad económica atraía a un gran número de hombre e incluso de familias completas de muchos lugares de Europa. Movimientos que se detendrán y llegarán a presentar valores incluso negativos en el momento de las temidas epidemias. Lo que estaría claro, según estudios de Pérez Serrano, es que al menos doce mil personas se vieron obligadas a salir de la ciudad con motivo de la epidemia de fiebre amarilla a demás de la acentuada crisis económica con la que se inaugura el siglo en una corriente emigratoria que quedo reflejada en la pérdida de más de doce mil personas.
Del mismo modo aunque a la inversa, la guerra de Independencia y que la ciudad permaneciera como un lugar libre, fomento la llegada de nuevo de personas que huidas de todos los lugares bajo la órbita del ejército napoleónico, buscaban un lugar donde refugiarse. Algunos historiadores como Ramón Solís y Adolfo de Castro, hablan de hasta cincuenta mil forasteros entre 1809 y 1810, aunque en los escasos documentos de la época que hacen referencia a esto, como las guías de transeúntes, se recoge un número que oscila entre los ciento cuarenta de 1809 y los doscientos ocho de 1810. Parece sin embargo que más de treinta mil inmigrantes entraron en esos años en la ciudad, alcanzando en 1810 los noventa mil habitantes. Dicha población, no saldría hasta finales del verano de 1812 y durante todo 1813 cuyo censo ya recoge una población de setenta y un mil seiscientos noventa y siete ciudadanos.
En cuanto a la procedencia de estas familias forasteras, nos encontramos con que la mayoría pertenecían en primer lugar a la propia Andalucía, luego, madrileños que se encargaban de oficios que tenían que ver con la administración del Estado y catalanes que ejercían puestos de relevancia en el comercio y en el puerto de la ciudad. Los cántabros, tenderos, abaceros, se ocuparon del comercio minoritario, lo mismo que astures, vascos y navarros. Entre los indianos, se encontraban desde importantes cargos civiles o militares hasta mercenarios, aventureros, soldados o comerciantes de esclavos. Estos indianos, favorecieron el flujo de ideas ilustradas desde la península hasta las colonias y viceversa.
Los italianos, se presentaban como familias acomodadas con gran poder adquisitivo. Se localizaban cerca de la parroquia del Rosario y en algunos casos en villas suntuosas situadas en los extramuros de Puerta de Tierra. Concentraban en sus manos la mayoría de las navieras gaditanas y los comercios de productos de lujo en las calles principales de la ciudad.
Los franceses, ocupaban el segundo lugar en número de extranjeros. Se ocupaban de oficios de baja cualificación como sirvientes, empleados en casa de familias acomodadas. Contar con personal francés entre el servicio, acrecentaba de cara al exterior el poder económico de la familia en cuestión. Algunos de estos franceses, logró hacerse un hueco entre los artesanos de la ciudad, destacando en la realización de muebles, elementos de decoración y adornos para las señoras burguesas, sombrillas, paraguas, guantes etc.
He aquí, una comunidad de hombres y mujeres integrados. Que dejaban constancia de su pertenencia a un pueblo revolucionario, capaz en aras de la libertad de llevar a un Borbón a la guillotina, que fue apoyo en Trafalgar, que vivió los designios de la muerte en las epidemias, que sufrió el bloqueo ingles y que en instantes se convirtió en el peor de los enemigos. El pueblo gaditano, no podía permitir viendo los derroteros que tomaban los acontecimientos que aquellos individuos permanecieran impasibles ante la ocupación.
«Franceses: Vuestros amigos y vuestros hermanos los Españoles os llaman, para defender la común causa y libertar la Europa de la esclavitud del tirano Bonaparte, este extranjero que os manda con desdoro y afrenta a la misma Francia, no contento con haber derramado vuestra sangre en el Norte, Alemania e Italia para saciar su ambición y colocar en el Trono a su familia ha sellado hoy su infamia con la traición, y el engaño más abominable: como amigos y fieles aliados os ha conducido a España, y como a tales habéis encontrado la amistad, la franqueza y la confianza: una unión estrecha formaba los lazos más agradables (..) ¿Cómo podréis sin dolor sacar la espada para atravesar el pecho de quien os trato como hermanos? ¿Vuestro valor generosidad y nobleza podrán acaso apoyar tal infamia? No, Franceses, no, los españoles no os creen de ello capaces. Venid, pues venid alistaros bajo nuestras banderas y ella os pondrán a salvo: el amor y la fraternidad unirán nuestros corazones y esta unión agradable os libertará de la esclavitud y os dará la paz que no os han dado las victorias del tirano».
El juramento a la bandera no era cuestión solo de la España libre, es decir la Isla de León y Cádiz. En los territorios ocupados. Unos y otros juramentaban o a Fernando VII o José Bonaparte como único monarca. Donde entraban las tropas imperiales, se apresuraba a formar el gobierno de la ciudad. Los cargos de responsabilidad de los diferentes municipios eran ocupados por individuos que adoptaban su actitud y su ideología de acuerdo al mariscal en jefe del ejército que había entrado en la ciudad. Corregidores, alcaldes, regidores, alguaciles y escribientes, puestos en la administración de la justicia eran dados a personas capaces de jurar fidelidad al rey José y a la bandera francesa. No solo se trataba de loar las hazañas napoleónicas, ni tan siquiera de compartir las ideas afrancesadas, se trataba sobre todo de sobrevivir y de no renunciar, en el caso de los más serviles, a la buena vida y a la posición que hasta entonces habían ostentado. Este tipo de conducta llevaría sin duda a miembros de uno y otro bando a numerosos casos de infidencias, sabotajes y espionaje.
El mismo 5 de Mayo de 1808 en el Decreto que Fernando VII dirigió al Consejo Real, se exigía la fidelidad al monarca. Este mismo juramento será llevado a la formación de las Cortes el 24 de Septiembre de 1810. Se hace jurar a todos los representantes y diputados que juntados en la casa consistorial de la Isla, como ejemplo de lo que se debía exigirse en cada pueblo y en cada ciudad:
«Se exigió a los diputados un juramento concebido en los términos siguientes (...) ¿Juráis conservar a nuestro amado Soberano el rey Fernando VII todos sus dominios? ¿Juráis conservar en su integridad la nación española?» Conde de Toreno. Del mismo modo que en Madrid el 16 de febrero de 1809 se hace a José Bonaparte: «Todos los magistrados del Reino, todos los empleados en cualquier ramo de la administración que en calidad de tales e individualmente no hubieses prestado juramento de fidelidad y obediencia a nuestra Real Persona, a la Constitución y a las leyes, lo hará por escrito en el término de tres días».
Insignias
A lo largo de la guerra (1808-1814), prácticamente todos los Regimientos se vieron forzados a renovar sus banderas, bien por haberlas perdido en combate, como debido a las sucesivas reformas a que fueron sometidos. Estas nuevas banderas, en lo que respecta a los cuerpos regulares ya existentes antes de iniciarse la contienda, y dado que no se publicó ninguna nueva, correspondían, en líneas generales, al modelo de 1762. Pero cuando en 1812 se redujo la fuerza de todos ellos a tan solo un Batallón, con lo que deberían reducir sus banderas a tan solo la Coronela, se produjo la aparición de un nuevo modelo, no generalizado, en el que el escudo Real figura sobre el cruce del aspa roja de Borgoña, simbolizando tal vez la fusión en una sola de las anteriores Coronela y sencilla
Entre las primeras medidas tomada por la Junta como ya hemos visto, estuvo el de conceder un plazo de cuatro días para presentarse a declarar su voluntad de gozar de los privilegios de la bandera española, secuestrando los bienes de quienes no lo hicieran. Aunque la Orden de intervención no se decreta hasta 1809 desde Sevilla, en Cádiz el secuestro de bienes de forasteros franceses se había llevado a cabo con el Marques de Villel, conde de Darnius desde 1808. Precisamente, las guías de forasteros pretendían tener controlado el número de transeúntes, lugar de origen, oficio y dedicación tanto con el propósito de cuantificar como el de poder abortar cualquier estrategia de espionaje que pudiera causar graves peligros a la ciudad y a la Isla.
En el Castillo de Santa Catalina, permanecían arrestados, algunos desde antes del conflicto, los siguientes individuos que compartieron su encarcelamiento con los presos franceses tras el inicio de la guerra. Muchos ciudadanos franceses que no se sometieron a la jura de fidelidad a la bandera, fueron llevados al pontón La Rufina. Barco casi desmantelado que como resto de un naufragio inminente, acometió la función de ser presidio tanto de los militares franceses apresados en diversos enfrentamientos como de ciudadanos civiles que se vieron precipitados a vivir una pesadilla aterradora. Los de más alta graduación fueron llevados al Castillo de Santa Catalina, corriendo su manutención por la propia Junta de Gobierno, y los que tenían fortuna propia por sus propios bienes. Pero algunos presos, provenían de estratos sociales tan humildes y desfavorecidos que no contaban con ingresos ni propiedades con los que pudieran mantenerse. Por ello, desde el propio Pontón D. Guillermo Rey y D. Jacobo Mollet confinados en el Pontón La Rufina, piden a través de El Jefe de la Escuadra de la Armada D. Javier Vargas Vera que por humanidad se puedan mantener por parte del gobierno.
«Excmo. Señor, le adjunto relación que me pasa D. Guillermo Rey y D. Jacobo Mollet confinados en el Pontón La Rufina, instruirá a VI. de los que ocupan en aquel buque, la clase indigente por estar privados de buscar subsistencia, con sus artes y oficios como en ella se expresa:
Por consecuencia de su necesidad me parece estar en el caso de ser mantenidos por el Gobierno y a efecto de que parte se verifique podrá si lo tiene a bien dar sus ordenes a quien corresponda para que se socorra a esta parte tan indigente por importar a la humanidad, como para que se impidan los males que ocasionen la miseria y más en este punto de la subsistencia humana.
Cópiala a V I M con inclusión de la nota de los citados indigentes para el debido conocimiento de S.M a fin de que se sirva resolver lo que fuere de su soberano agrado. Marques de Villael. Conde de Darniens. Remito una relación de los franceses enviados y el oficio del Jefe de Escuadra pudiendo quedar por cuenta el Soberano».
Nota de los franceses vecinos e Cádiz, detenidos en el Pontón La Rufina que necesitaban ser mantenidos por no poderlo hacer por si mismo ante las circunstancias que se daban en la ciudad contra Francia. En documentos posteriores de 1810, vuelven aparecer el nombre de algunos de estos prisioneros. Tuvieron, por tanto, que permanecer en condiciones de vida infrahumanas por la humedad y la falta de infraestructura.