Literatura desde lejos
Una de las frases que mejor sintetizan el drama de Cuba y su literatura disidente no se la he oído a un autor cubano sino a un chileno y no era de su cosecha. Es la que le soltaron los compañeros de generación a Jorge Edwards a propósito de su libro Persona non grata, en el que contaba su expulsión de la isla en 1971 después de representar durante tres meses como embajador al Gobierno de Allende: «Hablaste demasiado pronto». En realidad, eso es lo que les ha pasado a todos los escritores que se han enfrentado al régimen de Fidel Castro. Algunos no ven nunca el momento para la crítica y la verdad. Pero aún así, «nacido a destiempo», ahí está ese gran legado escrito de la disidencia cuyo valor intelectual, estético y ético reside curiosamente en que desde sus mismos inicios mostró un cariz más sociológico que ideológico.
Actualizado:Los graves problemas de José Lezama Lima con la Dictadura comienzan con su obra maestra Paradiso y con los «excesos homosexuales» de su octavo capítulo, por el cual las autoridades cubanas tacharon la novela de «pornográfica». Aunque el propio Fidel tuvo que intervenir para levantar la sanción y aplacar toda la batería internacional de protestas, la acusación de caer en actividades contrarrevolucionarias se hizo efectiva en 1971 y sirvió para hacerle la vida difícil hasta su muerte, cinco años después. Su poesía, desde la publicación de Muerte de Narciso (1937) se destacó por un neogongorismo esteticista y experimental que tampoco podía agradar a los amigos del realismo socialista.
No fue la de Lezama Lima la única homosexualidad que sufrió la persecución comunista. Severo Sarduy corrió mejor suerte porque se exilió de la isla al año siguiente de triunfar la Revolución hasta su muerte por sida en 1993. En su exilio de París, Sarduy, que también era poeta, cultivó un verso de una sensualidad heterodoxa e inquietante que produjo obras como Big Bang (1975) o Un testigo fugaz y disfrazado (1985) así como una novela de la escuela de Lezama Lima en su estilo vanguardista y su desinhibición sexual. De él pueden citarse dos obras (Maitreya, de 1978, y Cocuyo, de 1990) cuya protagonista no es la política sino la literatura.
Disidencia moral
Quien tuvo un discurso político es Reinaldo Arenas, el tercer miembro de ese ilustre cuarteto homosexual que produjo la literatura cubana en el último tercio del XX y en el que hay que incluir la figura de Virgilio Piñera, autor de novelas como El caso Baldomero (1997) pero sobre todo poeta desde que alcanzó con La isla en peso (1943) una de las más altas cimas de la poesía nacional. Dos años mayor que Lezama Lima, sufrió al final de su vida un ostracismo idéntico por sus gustos sexuales que denunció Reinaldo Arenas, el más joven de los cuatro en Necesidad de libertad' (1986): «¿Qué fue de Lezama Lima desde 1970 hasta su muerte? ¿Cómo vivió? ¿Por qué no se le publicó su obra? ¿Y de Virgilio Piñera? ¿Por qué no se le publica nada desde hace 10 años? ¿Cómo visitar a un país que no le publica una letra a sus mejores escritores? ¿Cómo regresar cuando se ha dejado detrás a una prisión que es una isla?»
Tras sufrir la cárcel y la tortura, logró huir de la isla en 1980 para instalarse en Nueva York, donde se suicidó en 1990, tres años después de saber que padecía sida y dejándonos una desgarradora novela autobiográfica (Antes que anochezca), donde la denuncia de la castración castrista no excluye la calidad literaria. No están exentos sus poemarios El central (1981) y Voluntad de vivir manifestándose (1989) del compromiso de la poesía social.
Todos estos casos demuestran que la disidencia cubana ha sido antes moral y vital que política. El caso de Guillermo Cabrera Infante, pionero de todos ellos al abandonar la isla en 1961, y el de Zoe Valdés, la más conocida representante de la última generación disidente, no difieren de ellos aunque sus sexualidades fueran más convencionales. Tres tristes tigres (1968), novela tildada de contrarrevolucionaria y por la cual fue expulsado de la Unión de Escritores y Artistas, se limitaba a narrar la vida nocturna de tres jóvenes en La Habana de 1958 así como La ficción Fidel, último libro de la segunda (2008), dan fe de un mensaje más existencial que ideológico, o sea de lo que dijo Kundera en el título de una de sus novelas sobre la Checoslovaquia comunista: La vida está en otra parte.