La tonta del pueblo
CALLE PORVERA La revancha nunca ha encajado con mi modo de entender la vida. Cuando las desgracias llaman a la puerta, ya hay bastante castigo con tener que enfrentarse a ellas para que encima llegue una a señalar con el dedo mientras escupe eso de «te lo dije».
Actualizado:Por eso, con todo lo que está cayendo, lo que siento estos días se parece mucho más a un dolorcillo en el estómago y a una tristeza resignada que a la satisfacción de saberme poseedora de la razón.
Y mira que me lo pusieron a tiro para cebarme. Si alguna vez me diagnostican una úlcera será de todas las veces que tuve que escuchar de algunos de mis amigos eso de «tanto estudiar y ahora yo, que no he tocado un libro, cobro más que tú». O aquello mucho más divertido de «¿Un Renault Clio? Pero si eso es de juguete. Yo me he comprado un Audi 4». En sus conversaciones no existían las VPO, sino los chaleses de 50 kilos, y les prometo que sabían enumerar más marcas de ropa y complementos que cualquier cazatendencias de Milán.
Todos eran hijos del ladrillo y sus asociados, del éxito, del pelotazo, y enfrente estábamos los tontos del pueblo, los que pensábamos que estudiar y formarse era la mejor manera de garantizarte una buena salida profesional; o los que descendían de generaciones de agricultores y habían dirigido sus pasos al campo, ése que a otros les producía urticaria, conscientes de que al final todos nos sentamos a la mesa y no hay nada más seguro que producir los alimentos más básicos.
«Algún día todo tenía que reventar», me decía el otro día uno de los abueletes con los que gusta hablar cuando vuelvo al pueblo. Lo malo es que a algunos les ha estallado en toda la cara.