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LA HOJA ROJA

El año de las sombras

Nunca he podido soportar la alegría embriagadora que parece invadirnos con las campanadas y las uvas cada año nuevo. Y no he podido soportarlo nunca por una cuestión cinematográfica más que otra cosa, por una cuestión de imagen. Imagino siempre a los españoles de 1935 brindando y celebrando la entrada de un año para el olvido -aunque lo políticamente correcto sería decir un año para la memoria-; imagino siempre a los londinenses de 1938 desearse todo tipo de parabienes con la última copa de champán ajenos a lo que les venía del cielo -y no es un juego de palabras-; me imagino a los tripulantes del Titanic, a los vecinos de Armero, a los que fueron -luego- víctimas del Mitch, del Katrina, del tsunami, a los trabajadores de las Torres Gemelas, a los pasajeros de Atocha, deseando lo mejor para un nuevo año que sería, fatalmente, el último Total, que yo solita me amargo lo que se supone que debe ser una noche para la esperanza y el horóscopo.

YOLANDA VALLEJO yolandavallejo@telefonica.net
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Quizá es un sentimiento más generalizado de lo que imagino y de ahí la obsesión de estos últimos días por hacer balances tan negativos del año que acaba, que no tengamos más remedio que entregarnos al nuevo con la ingenua fe -ya sabes ustedes que a la fe la pintan ciega- de «año nuevo, vida nueva».

Y así, volvemos a recordar desde una pretendida distancia, desde una pretendida superioridad, el número de víctimas de malos tratos, las crisis mundiales, la desdichada suerte de Mari Luz Cortés y la inmoralidad judicial, los atentados de ETA, los accidentes aéreos -¿a que ya casi ni se acordaban del de Barajas?-, la caída del ladrillo, el terremoto de China -¿a que tampoco se acordaban?- el «¿por qué no te callas?», -que luego hubo que repetirle a Pilar Urbano con su pretendida polémica sobre la reina-, las miembras de la ministra, el Chiqui-chiqui, la silla de Zapatero junto a imágenes de los Juegos Olímpicos de Pekín -¿llegaron a decirnos quién cantaba en la inauguración?- de la Expo de Zaragoza -que sólo ha servido para que recordemos la de Sevilla- de la Eurocopa -podemos-, del triunfo de Obama -que vivimos como si fuera de la familia- de cómo crecen las pequeñas infantas Total, que termina por entrarle a uno ganas de que acabe el año.

Pero como también sabes ustedes, en virtud de la Ley de Murphy y por aplicación y constatación directa, no hay situación que no pueda empeorar. Así que siempre queda en el aire la tentación de convertirse en Sylvia Pantoja -esa gran dama de la copla que no ha triunfado por el peso del apellido, dice ella- por un momento y decirle año viejo: «Has tenido tus cositas, tú lo sabes, pero te voy a dar un ocho» porque por muy malos que hayan sido estos doce meses, lo que viene puede ser de vértigo. Menos mal que ya nos han advertido que 2009 será un año especialmente malo, y eso que no es bisiesto como el que terminamos. Que habrá menos trabajo, más deudas, menos dinero, más paro, que habrá menos luces y que habrá más sombras. Tampoco hacía falta ser el Papa Benedicto XVI para aventurar que el mundo se encamina a la ruina. Que eso ya lo sabíamos.

Y en nuestra ciudad, como llevamos muchos años instalados en la ruina, tampoco se notará tanto. Ha sido un año, el que acaba, de ensayos generales. Ensayos de lo que va a ser el Doce, desfiles de la tercera edad y poco más. El año de los logotipos -¿sabe alguien si seguimos siendo la ciudad que sonríe, o Cádiz Ciudad Constitucional, o Cádiz capital iberoamericana de la cultura o La Pepa o qué?-; el año de las pruebas, de a ver para qué sirve el Castillo de San Sebastián; el año en el que poner una bandera nos sirvió para ser el cachondeo nacional. La bandera que no sube, la bandera que se rompe, la bandera que se pone al revés

El año de los quioscos, -mientras vais protestando por uno, se abren tres-, el año en que el estadio dejó de ser para un equipo ni de Primera, ni de Segunda el año en que las aguas -acuérdense del diluvio de octubre- se salieron de su cauce para nunca más volver.

No estoy de acuerdo, sin embargo, en que en nuestro Ayuntamiento todo sea «deslealtad e hipocresía» como dice el portavoz socialista Rafael Román, quien también tiene mucho que lavar en la casa de su partido, porque a este paso no es que le vayan a hacer sombra a Teófila Martínez, es que ellos mismos están abriendo ya la fosa del olvido. Acuérdense de la ¿polémica? reelección de Federico Pérez Peralta con sus enanos creciditos haciéndole burlas, acuérdense de la segunda, de la tercera lista, acuérdense de las desafortunadas reacciones de unos y de otros ¿son estos los mimbres con los que hacer un cesto?

No. Tampoco ha sido un buen año para Cádiz. Lo del Consejo de Hermandades no es más que la punta del iceberg -que debe ser gordísimo, a juzgar por ese pico que se le ha visto-. Nos han estado mareando con el puente. Ya no sabemos quién hace el puente, quién lo paga, cuántas veces van a inaugurar la misma piedra.

Nos han estado mareando con las obras. Ya no sabemos qué están haciendo en Canalejas, dónde se coge el autobús, cuánto va a durar la obra. Nos han estado mareando para que los árboles no nos dejen ver el bosque ¿o es que no hay bosque detrás de estos árboles?

Ya casi no se celebran cotillones en Cádiz. Tampoco queda tanta gente en la ciudad. Pero algo habrá que hacer. Toménse las uvas, cuenten, brinden, abracen y besen a quien tenga cerca. Tengan pensamientos positivos. Y dentro de un año hablamos.

A lo mejor, no es tan fiero el león como lo pintan