¿Comprad, comprad, malditos!
Corría 1969 y uno de los grandes del cine, Sydney Pollack filmó uno de los documentos más escalofriantes que he visto nunca. Se llama They Shoot Horses. Don´t They? (A los caballos los matan ¿no?), que aquí se retituló ¿Danzad, danzad, malditos!, una historia que se desarrolla en medio de la Gran Depresión de los años treinta, cuando se celebran en toda América maratones de baile para distraer al personal y hacer negocio con los desesperados. Los 1.500 dólares de premio atraen a la mítica California a una legión de perdedores que se agarran a la última esperanza en una crisis que acaba con los más débiles.
Actualizado: GuardarEn una perfecta metáfora del capitalismo, Pollack convierte el acto gozoso de compartir la fiesta de la música en un infierno presidido por el negocio y la ganancia a costa del sufrimiento ajeno. La competencia feroz, la deslealtad, la intolerancia ante el diferente, la explotación salvaje y el sálvese quien pueda, impregnan esta cinta de un aire irrespirable y claustrofóbico que va llenando la sala de baile, extendiéndose imparable por el patio de butacas, haciendo que el espectador se retuerza incómodo e impotente ante tanta miseria moral.
Eran otros tiempos, otras crisis. Pero habían tenido que pasar 30 años para que Pollack pudiera filmar este documento, antes hubiera sido del todo imposible. Fue necesario que América acabara antes con los inquisidores nacidos de la gran crisis, como McCarthy que convirtió en comunista a cualquiera que pensara por su cuenta, incluidos los grandes de la historia del cine, acusados de actividades antiamericanas por este iluminado republicano. Y no sería hasta 1967 cuando se derogó el Código Hays, la censura cinematográfica nacida en 1934 para convertir el cine en un vehículo de penetración y control religioso e ideológico. Sólo dos años antes de esta película, en plena reedición del Sueño Americano, aunque con la guerra del Vietnam definitivamente perdida, a punto de convertirlo en pesadilla.
No hubiera sido posible filmar un baile de estas características con un código que prohibía «las danzas que sugieren o representan actos sexuales, sean ejecutadas por una, dos o numerosas personas, las danzas que tienen por fin provocar reacciones emotivas del público, las danzas que originan movimientos de senos, una agitación excesiva del cuerpo estando inmóviles, son un ultraje al pudor y son malas». ¿Por qué vuelve a la memoria esta olvidada obra de arte? Quizás los tiempos que corren tengan la culpa. Quizás las similitudes están escondidas debajo de la superficie y puede que testimonios como éste de lo que fue la Gran Depresión que siguió al crack del 29, lancen señales de los peligros que acechan de la mano de la actual crisis y la depresión que vendrá.
Viendo los explícitos mensajes que llegan a la prensa sobre la necesaria autocensura en tiempos de mudanza que diría Teresa de Cepeda, y la sediciosa invitación a comprar por encima de todo, incluido el paro y la inseguridad que la propia crisis del sistema genera, vuelven los recuerdos de aquellas bellísimas Jane Fonda y Susan York abrazadas a su propia impotencia mientras bailan hechas auténticas piltrafas humanas bajo las ilusorias luces de la pista ante la embrutecida indiferencia del público. Hay algo de macabro en las consignas de ocultar la crisis y comprar aunque no puedas o no lo necesites. Es algo así como: ¿comprad, comprad, malditos!