El siglo de Elena
Algunos todavía recuerdan aquella mañana del 22 de diciembre de 1908. Hubo más revuelo de lo normal en las minas de pirita de San Platón, en Huelva: tocó la lotería dos veces. Un segundo premio y una niña en el mundo, la pequeña Elena, la de Hubert, con una estrella grande brillándole en el destino.
Actualizado: GuardarCreció y vivió entre la espesura de un verde punteado con el blanco pegajoso de las jaras que aún no acierta a olvidar, entre las tardes tórridas de siesta obligatoria, con la congoja de muchas guerras. De la primera, La grande guerre, aún guarda las pesadillas de una cría asustada que creía ver las hordas de alemanes entrar por Almonaster para llevarse a su padre Hubert y su tío Aristides, el que finalmente caería en los campos de Yprés.
Una vida de libro, puede ser. Siempre miró al cielo, a las sombras, a las flores. «Primavera y poesía ¿Toda la vida!», ese es su lema. Tuvo la suerte de pocas de educarse en la Sorbona, de ahí que no suelte los libros. Antes de lo que mandan las leyes del corazón, cambió las jaras por los helechos y el amor la llevó a Deba y a San Sebastián, a sus tardes grises de lluvia.
Cuando en los cristales arreciaba el implacable Noroeste, Elena hojeaba con un siete en el alma un libro de Platero y yo. Hoy aún reposa en su mesilla con las esquinas de las páginas marcadas de tanto pasarlas, como cicatrices de un destierro, como un himno al mundo al que saludó aquella mañana de Lotería. Son las mismas que leo esta mañana pensando en ella. Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Felices cien años, abuela.