UNA FÁBULA

El presagio que tiñó el futuro

Imaginen la Navidad del año pasado. Por estas fechas en las que tampoco nos cayó nada del Gordo y nos hartamos de envidiar a tipos que salían en la tele descorchando champán, gorros de Papá Noel encasquetado y pandereta en mano, en torno a un administrador de lotería al que nunca le toca, sonríe forzado y dice esa pamplina de que lo importante es repartir felicidad (aunque, bien pensado, tampoco es para tener mucha envidia, porque a un porcentaje muy elevado de esos que aparecen en los telediarios apenas les han caído unos míseros 5.000 euros que serán factura en enero).

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Sonará un poco extraño, pero en aquellos últimos días de 2007 no se hablaba de economía y de apocalipsis financieros varios (por mucho que las hipotecas basura estallaran en Oklahoma en verano). A lo más que se llegaba era a los inevitables consejos para no gastar de más en las fiestas, a lo caro que estaba todo (la inflación andaba en órbita porque los especuladores del petróleo aún no habían recogido sus beneficios y el barril seguía al alza), a lo que abusan los comerciantes en Navidad (eso pasa desde el año I después de Cristo) y otros polvorones propios de la época.

Y entre todas las portadas se coló cierto barco que encallara en el Estrecho meses atrás y que empezaba a sangrar y a bañar en negro la costa del Estrecho.

Hoy, 12 meses después, la anécdota se revela como un calco de los peores presagios: el New Flame se detuvo para siempre frente al litoral gaditano en verano (como las hipotecas ninja de Wichita) y se rompió a finales de diciembre, como nuestras esperanzas de desarrollo. Desde entonces, cielo y mar son negros, el presente es negro y el futuro negro, tal y como podrían cantar los Rolling y nos recuerda cada semana el FMI, que no deja de revisar a peor sus previsiones y asegura que 2009 será peor. ¿Peor? ¿Hay algo más negro que el negro?