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ENMIENDAS AL PARADIGMA

Imbéciles racionales

Los sociólogos califican de «imbéciles racionales» a esos individuos que han conseguido que la duda y la prudencia no interfieran nunca en sus decisiones. Decisiones que, por lo general, suelen estar focalizadas al beneficio y al provecho exclusivo y personal. Caminan por la vida seguros de sí mismos, como si el mundo no guardara secretos para ellos. Generalmente funcionan bien en las distancias largas, vistos desde lejos, porque en las cortas, es decir, cuando se les trata en la intimidad, suelen ser gente plana y sin matices.

Jaime Pastor
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Conforman el grupo de los «imbéciles racionales» ese tipo de personas laureadas por la sociedad de la eficacia, que parecen no tener otros vicios que hacer dinero, pero que, indudablemente, tampoco tienen otras virtudes. Son racionales, sí, porque saben elegir los medios más adecuados para conseguir sus objetivos. Pero son imbéciles en cuanto que tales objetivos giran siempre alrededor de sus únicos y excluyentes intereses inmediatos (casi siempre económicos) sin caer en la cuenta de que el «error» de no incluir a los demás en sus aspiraciones acaba siempre pasando dolorosas facturas a todo el mundo.

Efectivamente, los «imbéciles racionales» son auténticas máquinas de optimizar (para emplear un lenguaje propio de esa fauna): realizan, ejecutan, producen, forjan, elaboran, generan, establecen, llevan a cabo, crean, fundan, ponen en valor, acometen Es decir, que en todos los casos y en todas las circunstancias, consiguen, consiguen y consiguen. Pero puestos a conseguir han conseguido, ahora lo vemos, que el mundo amenace con caerse a pedazos, cosa que los «imbéciles racionales» achacan a una disfunción (seguimos con su lenguaje) pasajera del sistema, que se recuperará cuando los que no han conseguido sentarse a la diestra de Dios Padre (la mayoría de nosotros) dejen de reclamar garantías y control sobre sus movimientos y se apresten a seguir sus indicaciones.

Con la jodida crisis, los «imbéciles racionales» están perdiendo el prestigio y la credibilidad que tuvieron en momentos de euforia financiera, esa especie de dopaje colectivo que ciega a la gente para ver más allá del bolsillo. Ahora estamos comprobando que reducir al mínimo el universo de opciones vitales, tal como hacen esos personajes, desemboca inevitablemente en los efectos colaterales de la «imbecilidad racional», es decir: para ellos en un buen negocio, para los demás, en crisis periódicas, en economía perversa, en desempleo, en hipotecas imposibles, en deterioro del medio ambiente

Para mantener en un número sostenible de ejemplares la población de los «imbéciles racionales», esa fauna que hace sólo unos meses parecía estar en peligro de expansión, sería conveniente no excederse a la hora de prestigiar sus prácticas y sus éxitos aparentes. Es lógico que en una sociedad cuya más alta misión consiste en hacer negocios, se fomente la «cultura emprendedora» por encima de la cultura a secas. Pero cuidado, que ahí encuentran su hábitat ideal los grandes «imbéciles racionales». Ojo, porque luego todos acabamos pagando tanta ansia emprendedora sin control ni límites.