Un dirigente pone orden en una masa de desempleados que piden trabajo en Zhengzhou. / REUTERS
MUNDO

Pánico a un nuevo Tiananmen

Pekín teme que la dificultad de los 6,5 millones de recién licenciados para conseguir un trabajo desemboque en una revuelta estudiantil

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El primer ministro chino, Wen Jiabao, la cara amable del régimen comunista y uno de los dirigentes más populares de la red social de Facebook, demostró con una visita sorpresa a la Universidad Aeronáutica de Pekín que los temores sobre la posibilidad de revueltas estudiantiles son fundados. En su habitual tono conciliador, el que muchos jóvenes apodan como el abuelo Wen pidió «calma» a la mayor promoción de licenciados de la historia del país, que se enfrenta a un horizonte laboral en tonos grises cada vez más oscuros. «Vuestras dificultades son mis dificultades», aseguró entre aplausos forzados, más propios del público de un programa de televisión. «Si estáis preocupados, yo también lo estoy», añadió.

Razones no le faltan. Según el Banco Mundial, la economía china crecerá en 2009 un 7,5%, medio punto porcentual por debajo del umbral que se considera seguro para la estabilidad social del país, que necesita crear diez millones de empleos al año para dar salida a la demanda de quienes se incorporan al mercado laboral. La crisis económica mundial hace que ese objetivo resulte cercano a la utopía, las tensiones afloran en las regiones más afectadas por la brutal caída de las exportaciones, miles de pequeñas y medianas empresas echan el cierre, y el propio Wen reconoció el domingo que la meta del Ejecutivo es crear nueve millones de puestos de trabajo, una cifra que la mayoría de los analistas considera insuficiente.

Eso sí, en su reunión con los universitarios anunció que éstos están «en el primer lugar de la agenda del Gobierno». Wen Jiabao adelantó también que «se tomarán todas las medidas necesarias, que se darán a conocer casi a diario». De hecho, el pasado sábado el Consejo de Estado ya emitió una directiva en la que urge a las grandes empresas a evitar despidos masivos y a resolver las disputas con los trabajadores de forma ordenada. Es evidente que el Partido Comunista no quiere más huelgas, calles cortadas, vehículos policiales en llamas y edificios gubernamentales asediados, imágenes que se han repetido en las provincias con mayor carga de producción intensiva.

Calma tensa

Sin embargo, y aunque en las cientos de universidades todavía se respira calma, eso sí, cada vez más tensa, la sombra de la matanza de 1989 en la plaza pequinesa de Tiananmen comienza a planear sobre los despachos de los dirigentes chinos. Hace dos décadas fueron los estudiantes los que se echaron a la calle para exigir una reforma democrática que ni se ha materializado ni parece que lo vaya a hacer a medio plazo. La brutal represión de entonces pasó desapercibida para la mayoría de la población, que ni siquiera hoy conoce la icónica fotografía del universitario frente a la columna de tanques. El crecimiento económico de los últimos veinte años ha contentado a una sociedad pragmática que prefería llenar el bolsillo antes que sacar la pancarta, pero la actual coyuntura económica puede provocar un terremoto social de dimensión superior al de 1989. En la era de la globalización, incluso en Internet, hipercontrolada de China, las noticias y el descontento vuelan.

X. F. tiene 21 años, cursa tercero de Ingeniería y está furioso. No ahorra críticas al Gobierno. «Creen que todavía nos pueden teledirigir con su absurda propaganda, y no se dan cuenta de que, por ejemplo, cuando vemos las noticias de los disturbios de Atenas no pensamos en qué bárbaros son los europeos, que es lo que ellos buscan, sino en el coraje que tienen para exigir lo que creen justo». La posibilidad de que millón y medio de licenciados no encuentre trabajo el año que viene irrita a estudiantes como J. Y., recién graduada en Derecho: «Nos han mentido. Prometían que nuestro esfuerzo garantizaba un buen trabajo y una calidad de vida superior a la de nuestros padres, que han invertido muchísimo en nuestros estudios. Y ahora no hay forma de lograr empleo».

No obstante, ni X. F., que hace un año realizó las pruebas de acceso al Partido Comunista «para tener más posibilidades de éxito a la hora de trabajar», ni J. Y. tienen intención de levantar la voz. «Tenemos miedo», reconoce ella. «Quizá seamos cobardes y estemos demasiado acomodados. No estamos organizados, aunque cada vez mostramos más nuestro descontento entre las amistades».