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CONFIDENCIALES. Hillary ríe junto a su marido y su hija Chelsea durante un acto de la reciente campaña presidencial. /AP
MUNDO

Primeras damas al poder

Hillary Clinton lidera una generación de mujeres que se han sacudido la sombra de sus maridos y empiezan a ocupar la élite política mundial

JOSÉ LUIS PEÑALVA
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Los términos se subvierten. Ya no siempre se cumple la máxima de que detrás de cualquier gran hombre haya una gran mujer. Gana terreno la idea de que una mujer que no se conforma a veces coexiste con un hombre perfectamente simple. «Mi consejo a Michelle Obama es que aprenda a cogerle gusto al asiento de atrás», dice Cherie, abogada, madre de tres hijos y mujer del ex primer ministro británico Tony Blair. El proyecto personal de quien decide sacrificar su ambición a la de su marido pasa por ser hoy profundamente machista. Hillary Clinton nunca se conformó. Incluso es posible que a cambio de su actitud resignada exigiese a su marido un ego-trip (un subidón de ego) con el asalto a la presidencia.

La mujer también quiere ocupar primeros puestos como profesional o universitaria. La discriminación negativa tiene que ver con la constatación machista de que nadie ha hablado peor de las mujeres que las propias mujeres y nadie, como ellas, ha creído menos en su futuro. De lo contrario, nunca madame Staël se hubiese atrevido a decir: «Si me alegro de ser mujer es por no tener que casarme con una de ellas».

Hillary Clinton, Angela Merkel, Cristina Fernández, Michelle Bachelet, junto a Benazir Bhutto, en Pakistán, cuya carrera política se vio frustrada por la mano asesina de un fanático, han pasado a sus maridos hasta colocarse por delante de ellos. En el caso de la malograda Bhutto, con una fuerza tan impetuosa que ha servido para instalar a su viudo al frente del Gobierno.

Hillary a punto estuvo de birlar la presidencia de EE UU a Obama. Aun así puede reivindicar haber sido la primera mujer en la historia que llama a las puertas de la Casa Blanca. Hasta el mismísimo presidente electo se vio obligado, y no por simpatía, a nombrarla secretaria de Estado, en el momento en el que el mundo se desintegra y el cargo equivale a la persona sobre la que descansa la organización diplomática y bélica de este planeta.

Parapetados tras ellas, grandes hombres, como Bill Clinton, considerado uno de los grandes presidentes de EE UU, han afrontado en sus carreras grandes vicisitudes. Recuérdese el affaire con la becaria Lewinsky o sus desahogos altisonantes en plena campaña.

Iconos de la elegancia

Trazan paralelismos entre la figura de Hillary Clinton y la de Jackie Kennedy, ambas reducidas a figurantes, ambas despreciadas por sus díscolos maridos. Nada consiguió empañar su éxito personal. Jackie, hasta su muerte, ya como viuda del presidente asesinado y más aplaudido por la historia y del armador más poderoso Aristóteles Onassis, copó las primeras páginas, no sólo de las revistas dedicadas al corazón. Tampoco Michelle Obama quedaría a la zaga. Los mítines en los que se le vio sustituir a su marido brillaron con luz propia. Es humana, inteligente y glamourosa, cualidades que calaron hondo entre el electorado. Y, además, elegante. «Un modelo a adoptar», para The New York Times y The Washington Post. En sus páginas de moda coinciden en que esta espléndida negra, de 1,90 de estatura, se viste para ganar. Le gustan las prendas de gran tamaño, ¿y cómo no! las cinturas altas y los cinturones anchos. Prefiere los vestidos a los pantalones y al traje de chaqueta. La revista Vanity Fair la eligió como la más elegante de 2008, en plena campaña electoral. Los expertos aseguran que marcará moda como ya lo hiciera Jacqueline Kennedy.

Obama ha tragado no sólo con la supuesta incompatibilidad de las actividades de Bill Clinton, sino con la gestión financiera de la campaña de su mujer, que bordeó literalmente el fraude. Y que aún habiendo obtenido donaciones por más de 500 millones de dólares (360 millones de euros), se vio obligada a poner de su bolsillo para evitar la bancarrota. También tuvo que sobreponerse a su mal fario cuando profetizó que el senador de Illinois podía acabar asesinado como Bobby Kennedy o Martin Luther King. Y aunque es cierto que en EE UU el dinero nunca es un inconveniente, tal vez en tiempos de crisis no haya sido fácil de digerir que los Clinton amasaran una fortuna desde que dejaron la Casa Blanca, entre discursos, libros y asesorías, cercana a los 109 millones de dólares (78,2 millones de euros). «Hillary no perdió por ser mujer, sino por ser Hillary» (Moises Naim). Palin sería otro de los casos de perdedora-depredadora. Y ya se postula como candidata a la presidencia de EE UU para 2012.

Kennedy y Kirchner

Las mujeres son quienes han puesto de moda los matrimonios en el poder y representan la continuidad en forma de sagas o clanes familiares. El ejemplo de siempre sería el de los Kennedy y su matriarca y timonel, Rose. Una familia que preparó a sus hijos para asumir tareas de Estado. Con una trayectoria trágica que fue arrumbándolos por el camino: John Fitzgerald, Robert, John John, y por razones de faldas, el senador Edward, que heredó de su madre los destinos del clan y hoy prácticamente retirado por las secuelas de un infarto cerebral. El factor decisivo en la victoria de Obama.

Tal vez, la pareja más representativa sea la Kirchner, un matrimonio empeñado en demostrar que las dinastías no sólo existen en los países árabes. La emulación de Evita Perón no pasa de ser una falsificación, que carece de valor ni siquiera en la memoria presente de sus compatriotas. Evita fue mucha Evita: «Volveré y seré millones». En julio de 1954, el Vaticano recibió casi 40.000 cartas de laicos atribuyéndole milagros y exigiendo del Papa su canonización. Cristina se ha revelado una marioneta en manos de su marido.

Quedaría para el análisis de lo insólito la pareja política de moda hasta la llegada de Barack-Michelle: Nicolas Sarkozy y Carla Bruni. La historia sentimental del pequeño Napoleón y su ex mujer Cecilia entronca con su antecesor Bonaparte y sus contrariados amores con Josefina. Nicolas vivió un divorcio vulnerable y desgraciado y una boda de cuento de hadas, para olvidar. Al fin ha tenido que admitir la difícil conciliación de la 'grandeur' con la frivolidad y excesiva exposición en los paseos baratos por Petra, disfrazado de Indiana Jones, con Bruni haciéndole sombra, bellísima, por cierto. «¿No sabes que sin ti, sin tu corazón, sin tu amor, no hay para tu marido ni felicidad ni vida». Podría ser una carta de Sarkozy a su ex mujer, pero se trata de una carta del emperador celoso y atormentado, a su Josefina. Para Maurois, «la cruel Josefina se burla: no comprende que se ha casado con el hombre más grande de su tiempo».