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EL COMENTARIO

Epílogo

El año que acaba ha conocido uno de los episodios más grotescos de la historia de la Enseñanza en este país donde es costumbre tomarse a pitorreo todo lo que suene a Educación. Afortunadamente los jueces ya han puesto fin al disparate y han decretado que la asignatura de Educación para la Ciudadanía debe impartirse en el mismo idioma que todas las demás. Ya es harto significativo que hayan tenido que ser los tribunales los que impongan una fórmula para la que bastaría haber empleado el sentido común. Hasta llegar a este punto, la frivolidad de unos administradores insensatos ha permitido que durante todo un trimestre las aulas valencianas hayan albergado la sinrazón y el desmadre. Tal vez la disputa política justifique el empleo de algunas malas artes fuera de lo común, pero de una vez por todas habría que impedir que el juego sucio llegase a la escuela.

JOSÉ MARÍA ROMERA
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A unos chicos que aspiran a aprender y a madurar como personas no se les puede defraudar con el espectáculo de unas clases dadas en un idioma que no comprenden por parte de un profesor que a su vez es asistido por un traductor, y todo eso para demostrar que el consejero de Educación correspondiente es más testarudo que el Congreso de los Diputados. Poco importan los argumentos de los detractores de la asignatura cuando para defenderlos ha sido preciso recurrir a semejante farsa. Hasta ahora ya estábamos acostumbrados a ver cómo las aulas se convertían cada cierto tiempo en vertederos donde iban a parar los conflictos no resueltos de una sociedad algo embrutecida. Ha sido un duelo a cara de perro entre la ley y el desafuero, entre la cordura y el delirio, entre la normalidad y la mala fe. Ni que decir tiene que después del final escrito por los jueces falta un epílogo inexcusable. Si nadie dimite después de esto, la próxima farsa será más grotesca todavía.