NOCHE. Los vecinos aseguran que la calle Pizarro es oscura y solitaria cuando oscurece. / TAMARA SÁNCHEZ
Jerez

Pizarro, conquistadora del Jerez más puro

Antes llamada de la Manga del Toril, desde el año 1852 ha sido después denominada así por el conquistador de Perú

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Es ancha y larga, con mucho sabor jerezano. Dos estampas a cada lado de sus aceras. A un lado, las bodegas, y al otro, la espalda de la barriada de La Plata. Es conocida por todo Jerez y ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Tanto es así que algunos vecinos dicen que también es calle oscura y solitaria cuando llega la noche. Lugar donde parece que en cualquier momento va a aparecer alguien envuelto en una capa negra, con sombrero de ala ancha, correteando por las esquinas, con el rostro iluminado por el reflejo de la luz que desprende el pitillo que lleva encendido. Una estampa romántica de otros tiempos. Se trata del famoso The Don, emblema de una empresa que trasciende nuestras fronteras. Internacional Sandeman y su hombre de la capa negra. Tanto se ha abierto al exterior la vieja bodega que ahora en su página web no existe otro idioma que no sea el inglés. Jerez ha tenido siempre ese toque británico tan singular, pero hacer del escaparate cibernético un rincón donde se sólo está permitido el inglés nos parece exagerado. A nuestro hombre de la capa negra ya le hemos descubierto su origen. Es un lord, no un abigarrado jerezano vestido a la vieja usanza portuguesa como nos quieren hacer ver. Pero volvamos a la calle y a sus esencias. A su historia y a sus gentes. Hablemos en un idioma en el que se nos entienda perfectamente.

Historia

La calle Pizarro es nuestra protagonista. Soporte de la grandeza de otros tiempos donde los arrumbadores formaban gran escándalo cuando daban las siete de la mañana y sonaba la sirena para irse al tajo. De aquel entonces todavía hay testigos que cuentan que se juntaban los de Sandeman con los Valdespino, los de González Byass con los de Sánchez Romate. Ahora, en los cascos de bodegas de Valdespino ubicados en la calle Pizarro sólo cuelga un gran cartel de promoción de viviendas. ¿A quién le importa que un edificio del siglo XIX sea demolido como otros tantos que han caído? Lo único que queda vivo es lo del brandy Cardenal Mendoza y la bodega de Sandeman. Al diablo con todo lo demás.

Fue nombrada como Manga del Toril por ser la entrada del ganado a la ciudad camino del matadero. Sin embargo, fue en 1852 cuando el Ayuntamiento acuerda pasar a llamarla calle Pizarro por el afamado conquistador de Perú. Nacido en la extremeña población de Trujillo.

Frente a lo que queda de Valdespino, está Esprohident. posiblemente la primera clínica dental montada en Jerez. «En noviembre del año 1990", explica Luisa Vargas, que es la encargada de la administración. Afuera se ha quedado un buen ramillete de citas que van encajándose en el puzzle del calendario. Una voz suena muy bajo. Se trata de una empleada que frente a la pantalla de un ordenador esta reubicando a un cliente. «Lo siento, señor, pero para ese día está todo completo. Si quiere le puedo dar para mañana a esta hora», propone. Luisa aprovecha para comentar un par de quejas. «Creo que la calle está bastante sucia. Sobre todo si tenemos en cuenta que un noventa por ciento de los turistas que se acercan a Jerez van a pasar por aquí», explica.

Sin duda, la calle Pizarro es de las más visitadas. Justo al lado de la clínica está el museo del enganche. Aprovechando un casco de bodega inservible y reformadas las instalaciones en lugar turístico. Si se pasa a ciertas horas, huele más a zotal y a cuadra de caballo que a solera fina. Las bodegas ya no desprenden ese olor característico a rancio y a seco. Más allá está el otro museo de la calle, el del tiempo, dedicado al vino. Pero Luisa, en Esprohident, prosigue comentando que en la calle hay algo así como un ceda al paso para caballos. «El caso es que cuando alguien quiere cruzar la calle le da al paso de caballos que tenemos aquí al lado. Se pone el semáforo en rojo y propicia un atasco bastante importante. Yo creo que se debería de quitar», prosigue.

Como el ramillete de quejas ha quedado saldado por hoy en la clínica dental. Dejamos a Luisa con sus papeles y a la empleada que coge al teléfono intentando encontrar la cuadratura del círculo y acomodar a cada paciente en su lugar. Todos contentos porque es la hora adecuada para sacudirles un poco las muelas.

Yeguada

Hace bastante frío. La noche está a punto de aterrizar. Así que no estaría mal buscar refugio en el bar Yeguada. Los vecinos están tomando una café y enseguida conectan con el espíritu de este artículo. «Ahí enfrente está el almacén y la embotelladora de Sandeman. Muchos camiones de gran tonelaje. Por la parte de abajo está la zona más bonita, la de visitas. Y en la otra zona de la calle hay cascos dedicados a la crianza. Por eso apenas huele a vino por aquí», sentencia Sebastián. Es el bar de Juan Carlos y de Paloma. Le pusieron La Yeguada porque el padre de Paloma, Valentín Moreno, El Kiko, se ha dedicado toda la vida a herrar caballos por los cortijos de Jerez. Paloma, al parecer, también es gran aficionada al mundo de los equinos.

Pepe, el empleado el bar, está con la máquina del café y un chaval ha entrado y se ha pedido uno con todas las letras. A saber: caliente, aromático, fuerte y escaso; café. Sebastián aprovecha el momento. «Es un lugar muy oscuro de noche. Da miedo cuando tienes que llegar a casa andando más tarde de las diez. Habría que iluminar mejor la calle, y poner más pasos de peatones, que pasan haciendo el loco los coches», confiesa. Anotado queda.

Cuando salimos del bar, comprobamos que lo de la luz no era un invento de Sebastián. A Félix, el mecánico electricista que lleva toda la vida en la calle Pizarro, se le habían fundido también las bombillas porque estaba todo oscuro. Un poco más adelante, una obra anuncia la próxima construcción del edificio Pizarro. Hay una pequeña caseta portátil que sirve de oficina de ventas. Está cerrada y tras unas cristaleras se observa un árbol de Navidad tristemente encendido, solitario, malvestido y algo misterioso. Sus ramas parecen desatentas y lánguidas. Posiblemente por el frío que se debe de colar dentro.

Nos dimos prisa en quitarnos de en medio porque nos pareció ver entre los ladrillos de la obra a un señor con una capa negra y un sombrero español. Escondido entre los pilares. Sería imposible que el famoso The Don estuviera merodeando la zona. Sin embargo, cuando a la ciudad le da por ponerse caprichosa, cualquier cosa puede ocurrir. Si algo hemos sacado en claro, es que el de la capa negra es de Jerez, por mucho inglés que haya en la página web.