muñecas de trapo
CALLE PORVERA Cuando confieso en mi círculo de amigos que soy una persona básicamente analógica, las carcajadas resuenan en cien kilómetros a la redonda, a pesar de que lo digo con total seriedad: las tecnologías y yo somos como esos compañeros de trabajo que se ven obligados a compartir despacho pero que tienen tanto en común como una monja y el más ferviente abanderado del orgullo gay. A pesar de la avalancha de Plays, Wii, XBox, PDAs y demás aparatajos cuya funcionalidad en su mayoría desconozco, yo sigo apostando por los regalos tradicionales y me resisto a que la electrónica invada mi vida.
Actualizado: GuardarTarde o temprano tendré que familiarizarme con la TDT, pero mientras tanto aprovecho hasta el último suspiro mis viejos objetos y sigo ejercitando mi cerebro y gastando mi tiempo de ocio en el más leal de los amigos del hombre, que no debería ser el perro, sino el libro. Aunque mi cuñado se empeñe en que el futuro está en la lectura por internet, yo me pego a mis hojitas impresas como si me fuera la vida en ello. Y es que pocas cosas me producen tanto entusiasmo como pasear estos días por alguna librería y alejarme del caos de los grandes almacenes, para adentrarme en el gratificante mundo de las letras. En esta Navidad por partida doble, además, ya que mi amiga Julia ha abierto una librería infantil y juvenil en pleno centro de la ciudad, en la que da gusto pasar el rato y dejar volar la imaginación. En El árbol de las palabras se mezclan los libros de todas clases con juguetes de hojalata, títeres, puzzles y una cantidad ingente de cachibaches educativos, que fomentan la psicomotricidad y que en muchos de los casos te retrotraen a otras épocas en las que las muñecas de trapo eran el culmen y lo máximo que se podía soñar.