CAMBIO PROFUNDO. Un hombre mira a la cámara al tiempo que una joven pasa ante un gran anuncio de gafas, en Pekín. / AP.
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El milagro chino tiene sombras

Pekín apuesta por potenciar la apertura económica 30 años después de la gran reforma

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El mundo nunca ha visto cambios tan profundos en un periodo tan corto de tiempo. En China no caben dudas acerca del éxito de los treinta años de reformas económicas a las que Deng Xiaoping dio el pistoletazo de salida. «Hemos dejado de ser un país pobre, aislado del resto, para convertirnos en una potencia global», proclamó ayer el presidente, Hu Jintao, durante su triunfal discurso en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín. El mandatario añadió que el Ejecutivo pretende «continuar la apertura económica para seguir impulsando el desarrollo» y que «el socialismo con características chinas es el camino correcto para obtener ese objetivo».

Hasta el momento, las cifras le dan la razón. El que en 1978 era el gigante dormido ha pasado a convertirse en el Gran Dragón. De la 32 posición en el ránking económico mundial ha escalado a la cuarta y amenaza con arrebatar la medalla de bronce a Alemania. Después de un crecimiento sostenido que acaricia el 10% anual y de un proceso de privatización sin parangón, su contribución al PIB mundial se ha triplicado hasta alcanzar el 6% y su comercio exterior ha alcanzado los 1,74 billones de euros que la convierten en la mayor potencia exportadora del planeta. China ya no es el país del todo a cien de hace una década.

Logro sin precedentes

Más impresionantes aún son los resultados obtenidos en el ámbito social. La población rural, que hace tres décadas superaba el 80%, se ha reducido hasta el 56% y, según Naciones Unidas, China ha conseguido sacar de la pobreza a más de 200 millones de habitantes. El país del bol de arroz es ahora uno de los principales mercados de McDonald's y las bicicletas han dado paso a los vehículos de lujo o, en el peor de los casos, a sus hermanas eléctricas. Es el resultado de que la renta per cápita se haya multiplicado por 35. Hasta tal punto que China está a un paso de abandonar la clasificación de país en vías de desarrollo.

No es oro todo lo que reluce, y el Gobierno ya ha mostrado su preocupación por las muchas sombras que oscurecen el horizonte chino. En primer lugar, los datos macroeconómicos esconden una cruel realidad: la de las brutales les diferencias sociales. El coeficiente que las mide de 0 a 1, conocido como gini, puede alcanzar este año el 0,5, una décima por encima de la cifra que el Banco Asiático para el Desarrollo considera como umbral de alarma social. La renta media de las zonas urbanas es 3,3 veces superior a la media del ámbito rural, una desigualdad que se dispara si se comparan la región más próspera, Hong Kong, con la más depauperada, Guizhou. Un ciudadano de la primera cuenta con una renta 90 veces superior al de la segunda.

Por si fuera poco, la crisis económica internacional incide gravemente en las exportaciones, un hecho que ha provocado el cierre de miles de empresas a lo largo de la costa este, que se había convertido en la fábrica del mundo. El paro se está convirtiendo en la peor pesadilla del Partido Comunista, incapaz de dar solución a la necesidad de crear diez millones de puestos de trabajo anuales y el miedo comienza a corroer a una juventud que hace sólo un lustro estaba convencida de comerse el mundo. Este año ha salido de las universidades chinas la mayor promoción de licenciados de la historia, y como admite Bei Gao a este periódico, «no hay oportunidades para obtener un trabajo digno, tenemos que rebajar nuestras expectativas y somos conscientes de que la era de oro ha pasado».

Además, nadie ahorra ya críticas al régimen, algo impensable hace unos años. «No es como con nuestros padres. Conocemos el mundo y somos conscientes de que otros sistemas funcionan mejor. Va siendo hora de que el partido abra la mano también en política y le dé una nueva dimensión a la reforma que impulsó Deng», comenta un licenciado en Derecho que prefiere mantener el anonimato. A juzgar por las manifestaciones que proliferan a lo largo y ancho del país, este joven no está solo. De hecho, la tasa de paro urbana alcanza ya el 12% y podría escalar al 14% para el próximo año.

«La distribución de la riqueza a través del robo podría incrementarse de forma dramática y poner en peligro la estabilidad social», advierte Zhou Tianyong, investigador de la Escuela Central del Partido en Pekín. Hu Jintao y sus acólitos son conscientes de que, treinta años después de que Deng Xiaoping abriera la puerta, todavía habrá que sudar mucho para que no se cierre de golpe.