La gente se mosquea
El problema es que no hace falta que vengan Bibiana Aído y sus amiguitos a agitar ni a calentar motores, con una campaña que, por otra parte, me parece antigua, de pañuelo palestino y así -por mucho que hablen de vanguardia- y carente de interés. El problema es que no hace falta que el Ayuntamiento alerte a los ciudadanos de que van a venir los jipis -los del pañuelo palestino y así- a llenar la ciudad de pintadas, pegatinas y a romper el mobiliario urbano, porque eso ya lo hacemos aquí todos los días sin necesidad de resistencia alguna y con la mayor impunidad posible -¿tiene ya su flor de pascua en gratis, o todavía no la ha cogido de la calle Nueva?-
Actualizado: GuardarEl problema es que la gente se mosquea, y mucho, cuando considera que le toman el pelo, porque como en Mediamarkt -yo no soy tonto- y cuando la gente se mosquea, deja de sonreír y empieza la renuncia, pero la de verdad.
Y anda la gente muy mosqueada, sobre todo los ciento veinticinco que presentaron su dibujo al cartel del carnaval y vieron cómo el jurado -lo advertí, lo tenían complicado- se decantaba por uno que incumplía claramente las bases del certamen aunque lo arreglaran a última hora, sin el menor disimulo.
La gente se mosquea, aunque estemos en Navidad. Sobre todo cuando uno se da cuenta que el tercer premio de nacimientos tradicionales ha sido para la Oración en el Huerto, que ha montado cualquier cosa menos un belén tradicional -la dolorosa por los suelos no tiene nombre-. Y los mosqueos, como la felicidad, también se contagian. Sobre todo cuando ya no hablamos el mismo lenguaje y nadie entiende nada.
Hay mosqueo. Lo mismo cuando el día 20 llegue la ministra ya nos coge a todos mosqueados. Y eso sí que va a ser resistencia.