DETERMINACIÓN. Clissé es vendedor ambulante en San Fernando y voluntario de la Cruz Roja. / ANTONIO VAZQUEZ
PATHÉ CISSÉ | AUTOR DEL LIBRO 'LA TIERRA PROMETIDA'

«El primer bolígrafo me lo regaló un policía nacional»

El senegalés afincado en San Fernando llegó en 2006 a las Canarias en un cayuco y ayer presentó su libro 'La tierra prometida' en el que cuenta su viaje y su visión sobre el mundo

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Cuando Pathé Cissé llegó a Tenerife en 2006 tras su pulso a muerte con el mar y el Destino, permaneció tumbado, mareado, exhausto. Al despertar en su nueva vida de inmigrante en un centro de reclusión, decidió explicar al mundo y a sí mismo quién era él y porqué estaba allí. «El primer bolígrafo me lo regaló un policía nacional». Pidió un papel. Soy joven. Nací el 19 de agosto de 1977 en un pequeño barrio periférico de Dakar (Senegal), en una familia modesta de once hijos. Mi padre y mi madre se divorciaron hace 14 años. Con pulso tembloroso y la determinación titánica que a veces tienen los hombres comenzó La Tierra Prometida, Diario de un emigrante, un relato en carne viva de una de las miles de historias que se ahogan día a día entre las cifras de los informativos de televisión. Ayer el el Salón Regio del Palacio Provincial, Pathé -vendedor ambulante y voluntario en la Cruz Roja- dio voz a los que no la tienen con la presentación de su libro, editado por la Diputación.

Occidente, con sus agoreros de las crisis y sus teorías sobre la vitalidad del Nasdaq sabe muy poco de ellos. Desde este lado de la orilla es «imposible comprender» cómo sobrevivía Pathé con diez hermanos y una madre abandonada por su padre soldado en Dakar. «Ella no tenía trabajo y vendía cosas. Pescado, fruta...» Por aquel entonces, el protagonista de la historia tuvo que dejar sus estudios de técnico en informática y buscarse la vida para dar de comer a los suyos. «Trabajaba de albañil cuando podía, por un euros la jornada».

-¿Cuándo y porqué decide venir a Europa?

-Escuché que había gente que llevaban a otros a Europa. Pregunté, decidí que tenía que hacerlo y hice algo. No teníamos dinero, así que mi madre hipotecó la casa y nos dieron mil euros para el viaje y la manutención de mis hermanos pequeños.

-¿Qué pensaba su madre?

-Mi madre me decía «Tú no sabes nada». Ella tiene la creencia de África que piensa que cada persona tiene su día para triunfar y que hay que esperar... Pero yo era decidido. Era el único que sabía que podía llegar a algo. Hablé con unas personas que nos llevaban en pequeñas piraguas hasta una grande en alta mar. Éramos 98 personas.

-¿Sabía que podía morir?

-La muerte y la vida para mí son otra cosa. También podía morir en mi casa.

-¿Cómo fue su travesía?

-Nos dijeron que se tardaba dos días, pero había muchos rumores. Tardamos once. Tuvimos muchos problemas por el frío. La gente estaba nerviosa, se peleaba. Viajar en cayuco es otra cosa ¿sabe? No sé cómo explicar lo que se siente. Es imposible explicar ese miedo. Nada da más pavor que viajar en cayuco. Miedo a dejar a la familia con deudas, a no saber cuándo vas a llegar, si vas a llegar. Yo tuve suerte porque muchos estaba deshidratados y quemados por el sol. Algunos bebían agua de mar para no marearse. Todo terminó cuando la Guardia Civil nos interceptó a dos kilómetros de la isla y la policía nos esperaba en la playa.

-¿Qué pensó cuando llegó a Tierra?

-No entendía nada. Pensaba que la jefa era una chica de la Cruz Roja, porque le dio órdenes a un Guardia Civil, que me cogió en brazos y me levantó del suelo. Me sentí tranquilo, porque me tomó como a su hijo. ¿El que tenía que temer me ayudaba! Ella me dijo algo así como tranquilizate. Estaba llorando ella, como si sintiese mis sentimientos.

- Y se puso a escribir.

-Pedí dos folios y los escribí para contar quién era yo. Al final puse: va a continuar. Llamaron a una psicóloga y me dijo que eso era bueno, que en España solamente se contaban los inmigrantes por números. No se sabe mucho.

-¿Animaría a la gente a venir?

-Si les digo que no, me insultarían. Lo poco que he conseguido en España ha arreglado muchas cosas en mi familia. Han podido pagar la luz, la comida, los médicos, la educación de mis hermanos pequeños. Si les digo que no vengan... Yo no puedo decirles eso. Yo no.

-Pero les anima a un viaje en el que pueden morir y que facilita la extorsión de las mafias...

-Mire, los gobiernos como el de España le dan dinero a otros como el de Senegal, pero eso no hace nada, porque ellos se quedan con todo. Podrían crear empresas para dar trabajo a la gente. Si animar a la gente es permitir que mueran... Nadie se mete en un cayuco porque sí. Le aseguro que de los 98 que íbamos allí dentro, todos amábamos la vida como el que más y todos pensábamos en nuestra familia. Si les digo yo que no vayan me dirían gilipollas, porque yo estoy aquí y no quiero que vengan más, pero es cierto que es un viaje duro y peligroso.

-¿Qué pensaba de Europa?

-Que era la luz. Creía que aquí todo se regalaba, que te daban el dinero, pero a los dos meses me di cuenta de que nada se regala. A los que vienen les diría trabaja duro y compórtate bien, que algún día llegarás a algo.

-¿Será legal algún día?

-Sí, creo, si tengo suerte. No tengo problemas con la gente ni con la Policía. Hago todo lo que puedo para integrarme. En cuanto llegué me puse a estudiar español. Dos años después hablo mejor que muchos que llevan más años.

-¿Qué haría si fuera ministro encargado de inmigración?

-Legalizar inmigrantes, cambiar el proceso de expulsión por uno de estudio, formación y trabajo en la comunidad para ayudar al inmigrante y que, cuando le echen, tenga algo que hacer en su país.

Sin racismo

-¿Cómo somos los españoles?

-Son los mejores de Europa. Aquí no hay racismo.

-¿Seguro que no?

-Si digo que hay racismo ¿con qué cara miro a mi profesora de español, al equipo de fútbol con el que juego, a los policías que son mis amigos y que me recomiendan luchar y seguir adelante?

-Es muy generoso

-No lo creo.

-¿Cuál es el mayor error de lo que piensan los españoles sobre los inmigrantes?

-Los pisos patera. Creen que vivimos 14 por negocio, pero no saben las historias que hay detrás. Nuestros paisanos llegan y tenemos que atenderles. No saben nada, ni conocen nada y fuera hay muchas tentaciones de gente mala que quieren que trabajen con ellos. Cuando llega un paisano no quieres que esté en la calle. Les das tranquilidad, un techo, comida, posibilidad de trabajar, ánimo... Les damos calor.

-Y eso molesta a los vecinos.

-La gente puede darte comida, pero no quieren que te quedes a vivir en sus casas.

-¿Tiene más solidaridad la gente con los que salen en los informativos que con los que se encuentran en su calle?

-Bueno, a veces están asustados. Nos rechazan por nuestro comportamiento. Cuando ves a alguien vendiendo con un saco lleno de cosas, que está mal vestido, pues no quieres que se te acerque. Claro, que no hay nada más fácil que decir lo siento, no quiero y no ¿fuera!

-¿Qué es lo que más añora?

-Todo. África está en mi cabeza siempre. Es difícil vivir lejos de mi gente, de mis costumbres... Pero aquí he aprendido a vivir, a quererme a mí mismo.

-¿Cómo va a pasar la Navidad?

-Como todos los negros: vendiendo cosas por ahí para sacar algo -ríe-. También estaré en Cruz Roja.

-¿Qué hace allí?

-Intento convencer a mis compatriotas para que hablen castellano. Hago fichas de los que llegan y de traductor con los abogados, etc.

-¿Cuál es su sueño?

-Legalizarme, seguir mis estudios como técnico informático, trabajar en la Cruz Roja... -guarda un largo silencio-, construir una casa para mi madre.

-¿Volverá a su tierra?

-Sí. Espero que me toque el Gordo de la Lotería de Navidad algún día. Tendría muchos proyectos. ¿Igual ser presidente del Gobierno!

-¿Cambiará África algún día?

-No lo creo. Nunca harán las cosas a la europea. Seguirá el mismo presidente. El siguiente presidente será su hijo y los ministros serán los hijos de los ministros de ahora. Los pobres serán aún más pobres y los ricos, más ricos.

-¿Cuánto gana vendiendo?

-Unos 400 euros al mes. Mando entre 250 y 300 a mi familia.

-¿Habla con ellos?

-Una vez al día.

apaolaza@lavozdigital.es