Opinion

Accidentada despedida

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El viaje de despedida que el presidente estadounidense George W. Bush decidió realizar a los dos escenarios respecto a los que su política ha sido más cuestionada, Irak y Afganistán, ha quedado marcado por un episodio tan imprevisto como elocuente. El lanzamiento de dos zapatos por parte de un periodista chií, en el transcurso de la rueda de prensa que ofrecía junto al primer ministro iraquí, y las reacciones de comprensión y apoyo suscitadas por tan deplorable ofensa tanto en dicho país como en buena parte del mundo árabe reflejaron la fuerte contestación que el intervencionismo de la Administración Bush ha provocado en el área hacia la que pretendía extender su paradigma democrático.

Si el propósito del presidente norteamericano era reivindicar, al final de su mandato, la razón de fondo del derrocamiento del régimen de Sadam Husein en un momento en el que, a pesar de los terribles atentados que continúan produciéndose y de la violencia latente, la tensión en Irak parece haber superado sus peores momentos, la actuación del periodista de una cadena de televisión que se emite desde El Cairo logró frustrar en gran medida sus intenciones.

La paulatina reconducción de la espiral iraquí hacia un horizonte de mayor normalidad deberá afrontar la prueba definitiva de la retirada de las tropas británicas primero y del grueso de las estadounidenses después. Aunque la amenaza que representaba Al Qaeda en su intento por adueñarse de la situación se haya reducido ostensiblemente, el riesgo de que la retirada aliada desate una escalada de conflictos internos difícil de contener por un sistema político insuficientemente arraigado no acaba de despejar el horizonte. Por otra parte, la traslación del foco de atención de la lucha contra el terrorismo global hacia Afganistán y hacia su frontera con Pakistán podría contribuir también a la extensión de una trama renovada de su franquicia iraquí. Pero la imagen de Bush esquivando los dos zapatos lanzados contra él por el periodista Muntazer al Zaidi se ha convertido en metáfora de la debilidad que afecta a toda causa que se hace valer frente a una población que, a pesar de las diferencias irreconciliables que la cuartean, se siente violentada por la presencia extranjera.