Miedo a las 65 horas
Ya dediqué una Calle Porvera a este tema pero, qué quieren que les diga, me hierve la sangre nada más escuchar que mañana se vota en el Parlamento Europeo la propuesta de incrementar a 65 horas la jornada semanal de trabajo. Si en mi anterior columna sobre la famosa directiva europea mantenía que la iniciativa rozaba el absurdo, lo cierto es que ahora -no es que lo roce, es que es el colmo de lo irracional- me da un poco de miedo que esta votación quede condicionada por el contexto económico y que la crisis sea una excusa para que los empresarios se froten las manos, otra vez.
Actualizado:Los médicos fueron los primeros ayer en reavivar la polémica, o más bien el temor porque en España es una de las pocas cosas en la que nos hemos puesto de acuerdo. A ellos les suprimirían el saliente de guardia y no les contarían las horas de trabajo en que, aún estando en el Hospital, no estén atendiendo directamente a un paciente. Da que pensar.
Pero también sería un claro inconveniente para los albañiles, que estarían 13 horas subidos a un andamio; para los conductores de autobuses que no sé en qué emplearían el tiempo de trabajo si no es aconsejable conducir muchas horas seguidas; para los operarios de una cadena de montaje que expondrán sus dedos más tiempo a posibles accidentes de trabajo; para los policías, que acumularían más cansancio para perseguir delincuentes; para los jueces, que no tendría la mente demasiado clara para firmar sentencias; o para los cocineros, que acabarían mezclando la sal con el azúcar.
No se remonta una crisis obligando a los que más la sufren a trabajar trece horas diarias. ¿O es que quieren una recuperación económica a base de ciudadanos estresados y al borde de la depresión?