vuelta de hoja

Wall Street esquina Alcalá

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Hasta que se detecte otra mayor, la estafa más gigantesca ha sido el negocio equilátero perpetrado por Bernard Madoff, ex presidente de Nasdaq, que ha pasado de gurú de las finanzas a golfo de levita, que es el nombre con que se denomina a quienes roban en los despachos enmoquetados. Un gremio extenso y que suele cuidar mucho su indumentaria, a diferencia de los antiguos bandoleros, que se ataviaban de modo harto displicente y se les distinguía por el trabuco y no por la cartera plana y la marca del reloj de pulsera.

Hay que reconocer que tiene su mérito ser el mayor estafador de la historia, porque siempre ha habido mucha competencia. Un tocomocho de 50.000 millones de dólares, que traducidos suponen 37.500 millones de euros, tiene que contar con la colaboración de muchos tontos ambiciosos. El ex respetable señor Madoff, de 70 años, confesó a sus dos hijos, directivos de la firma que él encabezaba, que su negocio no tenia pies ni cabeza y era sólo «una gran mentita». Lo estamos viviendo ahora en España, aunque el impávido presidente Zapatero se resista a admitirla en todas sus consecuencias y nos dé ánimos, en vez de darnos dinero.

Ha sido la avaricia, que no es pecado al alcance de los pobres, la culpable. Quienes no pueden almacenar lo que les falta son inocentes. No es del todo cierto que el avaro piense que va a vivir siempre: está pensando que tiene que atesorar más y más porque no le satisface lo que tiene. La codicia, que ha tenido excelsos representantes en cualquier época, es pecado capital de nuestro tiempo. ¿Cómo van a ser pecado la gula o la lujuria? Sólo hay un pecado: el desamor. Quienes atesoran son los culpables de lo que está pasando. Una bocacalle de Wall Street desemboca en la puerta del sol, esquina a Alcalá.