Sesenta años sin derechos humanos
Actualizado: GuardarSesenta años de gulags y guantánamos, de tiros en la nuca y de garrote vil; sesenta años de presos hacinados, enfermos sin fármacos, tierras sin ley; sesenta años de vía crucis cotidianos, a menudo de nuevo en Palestina; sesenta años de no llegarnos la camisa al cuerpo salvo la camisa de fuerza que aprisiona a la disidencia en los nuevos manicomios del pensamiento único; sesenta años de mujeres acorraladas y de niños desposeídos de infancia y porvenir; sesenta años de patricios y plebeyos, de ghettos y aparheids, de viejos aparcados en las chatarrerías de la vida concebida a imagen y semejanza de los sectores productivos; sesenta años de diosas y dioses de la justicia que hacen la vista gorda, de tiranos y mercaderes ocupando de nuevo los templos de la libertad, igualdad y fraternidad.
Pero la APDHA, en el marco de tal efeméride, publicó también un estremecedor informe titulado Los derechos humanos en la provincia de Cádiz, en el que se apunta al paro y a la precariedad como puerta de entrada de la exclusión, que afecta a más de 110.000 personas como «uno de los más graves problemas de la provincia de Cádiz», que siguen situando a esta provincia a la cabeza de Andalucía: una situación de vulnerabilidad que afecta a uno de cada cinco gaditanos y especialmente a colectivos como personas sin hogar, población reclusa, hogares monoparentales sostenidos por mujeres, discapacitados y enfermos mentales, minorías étnicas y población gitana, personas que ejercen la prostitución, menores y jóvenes, pero también mayores o inmigrantes..
Pero no quedan ahí sus datos: en los dos centros de internamiento para inmigrantes -uno oficial y otro, el de la Isla de las Palomas, al menos alegal¯ «se vulneran de forma clara los derechos humanos de muchas personas», sin contar los excesos de la Oficina de Extranjería de la Subdelegación del Gobierno. El documento también denuncia el hacinamiento que sufren las prisiones de la provincia, «pese a la reciente apertura de Puerto III, que se había anunciado para solucionar tales problemas» y diversos aspectos relacionados con un segmento de la prostitución en Cádiz, especialmente la trata y la extorsión de las redes organizadas.
A la vista de dichos indicadores gaditanos y de otros aspectos que han sido denunciados durante la semana, visto lo visto, todo apunta a que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es sólo un papel mojado sino una bandera que tendríamos que seguir enarbolando para recordarnos que hay que orear a diario la casa común de los ciudadanos y que hay que seguir viajando para que Itaca sea alguna vez posible.
Así que tal vez sería cosa de no bajar la guardia ni abdicar de ninguno de esos 30 artículos que marcan desde entonces la brújula de la democracia. Quizá habría que añadirle tal vez algunos otros, como los derechos de la tierra y los de los sueños. Como que resulta imprescindible y hasta hermoso, para que todo ello sea posible, desmilitarizar los ejércitos, desacralizar las religiones, desbancar a los bancos y deconstruir las hipotecas. Pero, sobre todo, que habría que obligar a los Estados a decretar el uso obligatorio de la poesía, que cada cual tendría necesariamente derecho a diez minutos de música por cada cinco de ruido y tendríamos igualmente el deber de plantar al menos un árbol por cada ocasión perdida de ser feliz o al menos intentarlo.
No es justo que alguien se acueste sin haber probado bocado o haber contemplado un crepúsculo, ni que alguien muera sin conocer el agridulce sabor de los besos. Debemos rebelarnos ante la idea de que los proletarios del mundo sigan desunidos y de que el dinero una mucho más que el cariño verdadero que ni se compra ni se vende. Ni la historia ha terminado ni tienen razón aquellos que se consuelan pensando que siempre hubo clases. Queda mucho partido por jugar y mucha cantera en el banquillo. Así que no hay derecho -ni humano ni de ningún tipo¯a que aumente la esperanza de vida y disminuyan todas las restantes.