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KEKO RUIZ
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No todo lo que reluce en este Cádiz es oro.Los informadores nos hemos quedado sin carnaza y eso habitualmente no suele acarrear nada bueno porque no hay peor cosa que un equipo de fútbol cuya actualidad por reluciente y modélica acabe siendo gris y sosa. Lesiones, sanciones, el descontento de los que no juegan, compromisos sociales, hasta el partido de Reyes Magos suscita más interés que un equipo que marcha como un cohete hacia el único objetivo que le sirve en una categoría plagada de clubes que apenas le tosen y que ven al Cádiz como un elefante que se ha colado en una exposición de figuritas de porcelana. También está el que se consuela con unas estadísticas absurdas que comparan a los amarillos con los mejores clubes de España y Europa. Lo que hace el aburrimiento o la falta de imaginación, que cada uno se sitúe en el grupo que le corresponda. Porque, a poco que uno escarbe, descubrirá que hay ciertas asignaturas que siguen estando pendientes y todos los focos apuntan a la cantera. Ahora que, por deméritos propios y no excusas baratas, las distancias entre el primer y segundo equipo se han estrechado y el salto de una a otra plantilla no debería ser tan traumático, resulta que el Cádiz B sigue siendo un verdadero quebradero de cabeza o una joya abandonada a su suerte. La cantera -que los actuales gestores siguen sin reconducir- mantiene las mismas sensaciones que en las últimas temporadas: un terreno pantanoso donde iniciativas, propuestas y experimentos revolucionarios terminan topandose con la cruda realidad. El Rosal se dibujaba como un vergel donde los canteranos florecerían por docenas cada primavera y se ha convertido en un suplicio para el osado aficionado que cada quince días quiere ir a disfrutar con el juego del Cádiz B, un equipo que ya hace demasiados años que no se sabe a ciencia cierta a qué juega y para qué sirve.