Un dulce tumulto
Centenares de compradores visitaron la muestra gastronómica de los conventos de la provincia '¿Qué rico Dios mío!', que se inauguró ayer con colas
Actualizado: GuardarLos pecados capitales ya son solo seis. Hacía tiempo que al vicio de la gula el mundo le hacía de menos en la lista de las cosas prohibidas. Ayer se borró definitivamente de la tabla cuando abrió sus puertas ¿Qué rico Dios mío!, la muestra de los dulces de los conventos de clausura de la provincia en la Diputación de Cádiz.
Unas 150 personas esperaban con la miel en los labios y la extra en la cartera para adentrarse en el glorioso infierno de tentaciones que habían preparado las monjas de la provincia de Cádiz. De Sanlúcar, de Medina, de El Puerto, Jerez, Arcos había llegado un santísimo cargamento de tres toneladas de caprichos. Mantecados, yemitas, roscos, bizcochos, mazapanes, alfajores y otras noventa especialidades aguardaban en sus mostradores a devotos del azúcar como María Ángeles Utrera, ama de casa y cocinera, que quería quedarse con alguna receta para seguir ella misma «la tradición de cocinar pestiños para los mayores y roscos para los niños», a saber, de 26,27 y 33 años.
El sistema para hacerse con una cajita de cielo es sencillo pero tiene sus reglas. El visitante debe esperar la cola para entrar y tomar nota de las referencias de los productos que reposan en solitarias mesas (obviamente, las monjas de clausura no están). Una vez anotado el arsenal de postres, debe dirigirse a la cola para pagar la golosa factura. Medio kilo de alfajores sale a 7,50 euros, medio de bienmesabe, 11. Allí espera calculadora en mano, María del Mar, que advierte que en la jornada de ayer acudió más gente que el pasado año y que «la crisis no se está notando». La media de la factura es de 30 euros, según la organizadora.
Chari, jubilada, se ha pasado de la media. Minutos antes de ajustar cuentas con la Iglesia, narra su enternecedor cuento de Navidad. «Otros años siempre me lo pasaba, porque me enteraba después, con lo que me decían las amigas, pero ya era tarde». Este año, no se ha saltado la cita. La vecina de La Laguna estaba cuidando a su primo, que sufre una enfermedad. «Me comentó lo que le gustaban los roscos de vino de las monjas y me he venido corriendo a buscárselos», dice con prisa. «Me está esperando». En las bolsas, Chari había recogido los roscos de vino y entre todas las especialidades de roscos que había encontrado.
Cada comprador guarda una historia, como la de Rafa, gaditano y veterinario, que buscaba reencontrar los sabores de la infancia. «De niño salía con mi padre a los conventos a buscar los dulces», narraba.
Una vez pagado el pecado, los visitantes tienen que acercarse al mostrador donde esperan, entre otros, Manuel Leal, de Medina, que despacha una bolsa tras otra. Una hora y media después de abrir sus puertas, en el paraíso del azúcar había ya falta de existencias, entre ellas, el tocino de cielo, que había volado.
Con prisa
«Esto es increíble», decía Manuel entre los montones de surtidos y pastas. «La gente tiene que darse prisa porque no es seguro que duren hasta mañana al mediodía -por hoy-». Los que quieran su pedazo de edén tendrán que ser rápidos. Hoy tendrán su última oportunidad entre las 12.00 y las 14.00 en en claustro de la Diputación provincial de Cádiz. Lo que dijo Jesucristo en las Bienaventuranzas -«los últimos serán los primeros»- podrían no cumplirse: es probable que el domingo no queden ni las migas.
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