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La magia de la voz

Tengo la impresión de que son muchos los políticos quienes, a pesar de que están rodeados de expertos asesores de imagen, no llegan a reconocer un hecho que nos resulta claro a la mayoría de los ciudadanos: que el factor más determinante en la pronunciación de sus discursos es la voz. Han aprendido que el hábito sí hace al monje, saben que los vestidos son unos síntomas que están dotados de una singular fuerza expresiva y que un traje puede descubrir su concepción de la vida y revelar sus jerarquías de valores. Por eso, cuando actúan en un acto público, cuidan los atuendos de la misma manera que lo hacen los actores teatrales. Recuerden cómo se hizo célebre, por ejemplo, la cazadora de pana que Felipe González usaba en los mítines durante la transición. Ya sabemos cómo, en la actualidad, tanto los líderes de derecha como los de izquierda eligen el color de la camisa y el de la corbata para que sintonicen con el decorado del estudio televisivo. Esta decisión, como es sabido, no es sólo una cuestión de estética

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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Muchos han comprendido que el cuerpo humano es un lenguaje que transmite mensajes más creíbles que los que formulamos con las palabras y que la expresión del rostro es más sincera y más elocuente que el discurso oral: que los ojos y los labios hablan de una manera eficaz, clara y elocuente porque explican directamente nuestros estados de ánimo y esas emociones y sentimientos que, por falta de habilidad o por exceso de pudor, no sabemos o no queremos expresar con discursos lingüísticos.

Es probable, sin embargo, que no sean suficientemente conscientes de que el factor más decisivos en la pronunciación de sus discursos, es la voz. En una encuesta que acabamos de realizar en el ámbito de nuestra Bahía a 224 ciudadanos de diferentes edades, de diversos niveles culturales y de distintas opciones ideológicas, hemos extraído la conclusión de que una mayoría absoluta (165) otorga a la voz de los políticos una importancia decisiva y de que incluso es mayor el número de los que conceden una decisiva influencia a la calidad de la voz en la aceptación o en el rechazo de los contenidos de sus discursos (173).

Quizás lo más sorprendente de estas respuestas sea que 104 ciudadanos -más de la mitad de los encuestados, más de los que expresan que su voz les transmite sensaciones positivas (91) e, incluso más de los que se han declarado votantes del Partido Socialista (98)- afirman que la voz de José Luis Rodríguez Zapatero les resulta claramente atractiva. Esta estimación contrasta con la escasa valoración que obtiene la voz de Mariano Rajoy (14), sensiblemente inferior a los que afirman que su voz les genera sensaciones positivas, bastante menor que los votantes del Partido Popular (60), más baja que a la de los que les resulta agradable la voz de Gaspar Llamazares o, incluso, la de Esperanza Aguirre (22).

Tales resultados nos permiten proponerles que cuiden la voz. Si la cara es el espejo del alma, podríamos afirmar que la voz es el alma. Estas encuestas corroboran la rotunda afirmación de Demóstenes: el factor más importante de la oratoria es la pronunciación.