El técnico madridista se estrena en Liga con una derrota ante el eterno rival, aunque sobre el campo se han visto los primeros efectos de la era Juande./ Efe
ambiente en el nou camp

«Nadie cree en nosotros, sólo nosotros»

Juega como un equipo menor, encerrado siempre junto a su área, pero con una actitud suprema

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Una voz se escuchó en el túnel de vestuarios del Camp Nou cuando el Madrid salía a calentar. “¡Nadie cree en nosotros, sólo nosotros!”. La exclamación partía de un peso pesado de la plantilla merengue. Era un aviso de que el campeón herido se dejaría el alma en la batalla. Si caía, lo haría con honor. Tantas apuestas durante la semana sobre la magnitud del paseo azulgrana, sobre los goles que le caerían a Casillas, eran como un insulto para el club más laureado del mundo. Por muy hundido que esté, el Madrid nunca está muerto. Lo sabían Guardiola y los jugadores azulgrana pero no ese entorno que, tradicionalmente, tanto daño ha hecho al Barça. Un ‘aparato’ que pensaba en un set en blanco y que, cerca del final, firmaría con vehemencia un triunfo pírrico. Sólo resopló el público cuando Messi al fin apareció firmó un gol excepcional en el descuento.

Jugó como un equipo menor, muy menor, encerrado siempre junto a su área, pero con una actitud suprema. El Madrid se sabía inferior en fútbol pero no en agallas. A partir del espíritu de Raúl, inmenso en su novedosa faceta de centrocampista, los blancos sobrevivieron muchos minutos al asedio. Pero murieron en la orilla. Recuperaron la mejor versión de Casillas, que se reencontró a sí mismo cuando le adivinó la atención a Eto’o en la jugada del penalti. El camerunés mostró la ansiedad de los catalanes. Luego se desquitó con un gol afortunado cuando parte de la grada veía el empate como un mal menor.

Desde los primeros segundos se comprobó que este Madrid diezmado no se arrugaría ante un Barça ‘trionfant’. Salgado, ya en la cuesta debajo de su carrera, tiró de experiencia para intentar sacar de quicio a sus adversarios. En la primera acción, entró duro por detrás a Henry. Luego comenzó la caza de Messi entre unos y otros. No había entradas graves pero sí una y otra falta que obligaron a Medina a tirar de amarillas. El argentino estaba fuera de sí y el Camp Nou clamaba por lo que consideraba un agravio constante a su ídolo.

El Madrid del efecto llamada de Juande se sentía feliz pero sólo jugaba medio partido. Defendía con orden, disciplina y máxima concentración, pero apenas pisaba el campo rival. Sabía que le llegaría su oportunidad porque los culés suben con todo, pero Drenthe chocó contra Valdés y y ante sus limitaciones. A diferencia de Schuster, el técnico manchego sí mira a la cantera. Se llevó a cuatro chavales al mejor escaparate del mundo, hoy por hoy, y cuando el frágil Sneijder volvió a lesionarse, tiró de Palanca, un extremo que ya había debutado con el Espanyol. Pero demostró que es un entrenador reservón cuando retiró a Guti –se fue muy molesto- para ‘reforzar’ el centro del campo con Javi García. Ahí renunció por completo al ataque y abrió el camino del jolgorio barcelonés. La fogosidad y la lucha del Madrid, soberbias. Sus carencias y su falta de ambición ofensiva, preocupantes.