Las bondades del relativismo
Actualizado:Asistimos hoy a una, para mí, incomprensible cruzada en contra del relativismo. Encabezados por los altos mandatarios de la iglesia católica, existe toda una legión de apocalípticos del relativismo a los que, si les soy sincero, no acabo de cogerles el punto. Realmente, ignoro a estas alturas qué es lo que quieren decir cuando rechazan de manera tan furibunda el relativismo, al fin y al cabo un saludable ejercicio mental que, mientras no se demuestre lo contrario, ha sido, y sigue siendo, extremadamente beneficioso para la salud colectiva e individual. La argumentación, la duda, la negociación, la búsqueda de consenso, la aceptación del disenso, la contrastación de ideas y experiencias, el ensayo y el error, la libre especulación , son valores a los que hoy difícilmente podríamos renunciar. Pero estos valores no pueden prosperar en terrenos donde no existe la posibilidad de cuestionar, contradecir, comparar, distinguir, proponer , es decir, relativizar.
Por experiencia propia, relativizar las cosas no supone riesgo alguno para la salud. Personalmente nunca he necesitado acudir al médico por practicar el relativismo. Al contrario, aplicar a los asuntos de la vida ciertas dosis generosas de un relativismo sosegado y bien administrado (como ocurre con la degustación de un buen vino) contribuye a mantener el entusiasmo, la curiosidad y la alegría intelectual, cosa que sería difícil si nos limitásemos a tragar las oxidadas verdades absolutas con las que quieren hacernos comulgar esos categóricos defensores de lo absoluto.
La conclusión que uno acaba extrayendo es que el miedo y el odio a la práctica del relativismo tiene su origen en una perversa tendencia a ver siempre el lado malo de las cosas humanas: el sexo es perversión si no se practica para mayor gloria de Dios; la razón es diabólica si no se atiene a las reglas del juicio divino; y el relativismo es, en cualquier caso, el disloque total, el ácido que corroe la moral y las costumbres, la soberbia que pretende alterar los planes del Creador.
Sinceramente, y sin ánimos de ofender a nadie, creo que la demonización fanática y sin matices del relativismo es síntoma de alguna, varias o todas estas cosas a la vez: insuficiente sensibilidad intelectual para afrontar la complejidad de las realidades humanas; torticera intención de administrar las conciencias; intolerancia hacia todo lo que represente diversidad en lo cultural, intelectual o moral; tendencia empobrecedora al etnocentrismo cultural y a una visión reduccionista de los conflictos y los problemas
Hoy, como nunca, necesitamos favorecer el encuentro, más que el encontronazo. Pero ello no es posible sin el ejercicio del relativismo. La referencia a las realidades absolutas como norma de vida puede que esté bien para sociedades proclives al absolutismo. Sin embargo, para la práctica de una ciudadanía adulta y autónoma, capacitada para el pluralismo y la libertad, no vienen mal ciertas dosis de relativismo. El cielo puede esperar; el mundo, sin embargo, necesita con urgencia relativizar ciertas barbaridades que se presentan como verdades absolutas.