Todos quieren ser funcionarios
Actualizado:Ser funcionario es como recibir el sacramento del Orden en versión laica, imprime carácter, al menos en lo económico, pues uno sabe con poco margen de error lo que va a ganar hasta el día que se muera. Es una especie de estado civil económico que nos proporciona una pobreza estable permitiéndonos vivir dignamente, de modo que una vez que nos aquietamos a ella, nos da la enorme ventaja de que puesto que el sueldo ya está repartido cada mes, no nos vuelve a preocupar; sabemos lo que podemos comprar y lo que no, a donde podemos viajar y a donde no y los ahorros se destinan a amortizar el préstamo o a un deposito dignamente remunerado, nada de hedge funds, activos estructurados y demás palabrotas que traen de cabeza a la gente, todo lo más, alguna pequeña alegría especuladora consistente en acudir a una OPV de Endesa, Repsol o Telefónica con 1.500 euros.
Por eso, cuando el resto de los trabajadores, desde el empresario hasta el trabajador por cuenta ajena, pasando por el profesional liberal o el asalariado que recibe una retribución variable en función de las ventas, lo primero que te dicen si surge el tema de la crisis es: ¿claro, como tu eres funcionario!, es que la cosa va mal de verdad, y es que desde 1993 nadie había vuelto a envidiar mi humilde condición de funcionario público. Cuando una plaza de cualquier grupo y categoría en cualquier Administración, se convierte en codiciado objeto de deseo, hay motivo serio de preocupación. Es más, la situación se vuelve trágica cuando no sólo somos envidiados sino que además pasamos a ser los que más gastamos. Así es, en nuestra economía básica la bajada del importe de la hipoteca y del litro de gasolina, aunque estén cayendo chuzos, nos transforma en potentados.
Llevábamos mucho tiempo sin salir a la calle con la alegría y el poderío con el que lo hacemos últimamente. La familia se está acostumbrando a que el domingo se vuelva a salir a la calle a comer, no sólo porque los sitios están vacíos, sino porque los precios han bajado. Pero mala cosa es que seamos nosotros los que marquemos el tono económico de la sociedad.
Desde hace unos seis años la directora de mi banco me venía ignorando hasta hacerme dudar si me convertía en invisible cuando entraba en la sucursal, otro tanto me ocurría las escasísimas ocasiones en que entraba en algunos de los templos de la gastronomía provincial, donde hace tiempo que había perdido el status de ser destinatario de una broma o chiste del dueño. Sorprendentemente tanto el bancario como el hostelero vuelven a mirarme y cuando lo hacen me dedican una amplia sonrisa.
Si las cosas siguen como están, aunque de corazón espero que no, en cuanto saldemos las deudas navideñas vamos a vivir como nunca, vean si no: una subidita, como todos los años, del 2% (50 euros), más un ahorro en gasolina de otros 50 euros, más una disminución en la cuota del préstamo hipotecario de 150 euros, en total 250 euros, con esta cantidad de más al mes, es como si nos hubiera tocado la lotería.
Tradicionalmente se nos ha imputado que trabajamos poco, a lo que la respuesta obvia ha sido que también ganamos poco, con lo que la ratio resultante de dividir salario por tiempo de trabajo da un resultado decente. Ahora bien, esta ratio es relativa pues depende de cuánto ganen y trabajen los demás, por lo que en las circunstancias actuales toca esforzarse.
La crisis exige solidaridad con quienes lo están pasando mal, nuestra ayuda debe intentar atender las necesidades de los demás, pero en términos estrictamente económicos, una manera de hacerlo es salir y gastar, hacer que el dinero se mueva. En España somos 2,5 millones de empleados públicos, un enorme colectivo que tiene un peso económico decisivo. Por eso, los funcionarios, con sueldo y trabajo asegurados, no debemos limitarnos a asistir como espectadores a una crisis que nos afecta menos que a los demás, nuestro compromiso debe ser mantener viva, aunque en la UCI, la economía de nuestro país, ayudando mediante el consumo a su reactivación.