Están vivos
Están vivos, todavía, algunos de los que lucharon. Están vivos, también, aquellos que, una noche, teniendo tres, cuatro, seis años, vieron cómo entraban en sus casas agentes de la guardia civil y se llevaban a sus padres para siempre, para no volver a verlos nunca más.
Actualizado: GuardarEstán vivos los hijos y los nietos que vieron a sus mayores consumirse día tras día en el más absoluto de los silencios, amedrentados, sin apenas salir a la calle, con los ojos llenos de recuerdos e imágenes horribles. Mayores que murieron aterrorizados porque, en algún tiempo, estuvieron al borde de la muerte por el simple hecho de haber tenido relación, directa o indirecta con alguien del bando condenado.
Están vivos. No se trata de reavivar heridas viejas (eso es lo que dicen aquellos que no quieren que les salpique la sangre), porque las heridas están todavía abiertas y palpitan, los muertos siguen en las cunetas, las voces siguen dormidas y las memorias siguen condenadas al olvido.
Cuando un dolor no está reconocido, o está tapado, ignorado, cuando no se cura, se convierte en un trauma. Nadie lo ve, pero está ahí, carcomiendo la vida de quien lo porta, por más silencio que se guarde, por más que no se hable de ello. En Chile, en Argentina, y en tantos sitios, se restituyó la dignidad de aquellos que, en su día, sucumbieron bajo la barbarie de las dictaduras.
Aquí, sin embargo, seguimos atenazados por el mismo miedo que nos inculcaron, con la estúpida esperanza de que surja una nueva generación inmaculada, sin pasado, una generación blanca que no tenga memoria. Seguimos guardando silencio, un silencio esquivo, no, no, aquí no pasó nada, aquí estamos bien, olvidamos, aquí olvidamos hace tiempo, exhumación, ¿para qué? No, todo está bien, hubo un pacto, aquí ya nadie recuerda, todos están conformes... Mentira.