Menosprecio de la fe y arrebato del idiota
Si hubiera un Dios debiera ser así, aquí y ahora, en diciembre. En diciembre, en Jerez y llenando el aire de canciones. Llega Dios y es un niño, y aparece cantando y cachondeándose del pobre de su padre.
Actualizado:«Si yo fuera Dios y tuviera el secreto/haría un ser exacto a tí,/lo probaría/a la manera de los panaderos,/cuando prueban el pan,/es decir, con la boca».
A mí, que soy hombre de muchas dudas y fe exigua, me sorprende de antiguo la desnuda sencillez con que celebramos (dejando a un lado Hipercor, el marisco y las comidas de empresa) el nacimiento de Jesús, y la pompa, boato y disparate que dispensamos a su muerte y resurrección. Es como si asociando nuestra nuestra muerte a la de Dios, fueramos nosotros Dios mismo; y conviniera recalcalcarlo con tanto fasto.
Dicho esto, debo, quiero y puedo tener esa consideración con la fe de mis amigos -aunque no la comparta-. Me van ha permiir que me conmuevan esta envidia insana, de fe, de orfebrería fina y camarera de flores. De amigos a los que no entenderé nunca, por mucho que me toquen Estrella Sublime para joderme a los pies de la calle San Pablo.
Como ya decía, me ofende que se ofenda a la fe de mis mayores y mis amigos; esa vacuidad oportunista y pomposa que consiste en declarar una guerra estúpida a cualquier recuerdo del catolicismo.
Declarar la guerra a la Iglesia del Treintayuno en pleno siglo Veintiuno; reconocerse izquierda quemaconventos y declararse creyente, pero ya te diré.
Y todo esto cuando Caritas y el comedor de El Salvador hacen lo que se supone que debieran hacer sus famosas oenegés. Les molesta cualquier cosa que no controlen. Si pudieran harían un Ministerio de la Iglesia. Ya fabrican, como pueden, una Ser de la Cope.
Estos señores que nos gobiernan son como las gitanas de encima del televisor o un Lladró en el mueblebar: son inútiles, carísimos, y ofenden a los ojos y a la inteligencia.
Señores como José Blanco, Mefistófeles melífluos y esdrújulos para mesitas de noche, con sus pequeñas maldades para consumo de idiotas, y su moral de plastilina.
Nuestras abuelas ya nos avisaban de estos señores, con todo el aspecto de andar por los billares mirando posturas, y disfrutando con ello. Ustedes me disculparan si les he ahorrado el diminutivo, pero es que yo no uso de familiariadades con miserables.
Como ya decía, me ofende que se ofenda a la fe de mis mayores y mis amigos; esa vacuidad oportunista y pomposa que consiste en declarar una guerra estúpida a cualquier recuerdo hermoso del catolicismo.
Declarar la guerra a la Iglesia del Treintayuno en pleno siglo XXI; matar a Jimenez Losantos y olvidar la mierda de la iglesia Vasca y sus pastores.
Reconocerse izquierda quemaconventos, cuando Cáritas hace lo que se supone que debieran hacer sus famosas oenegés que se lo han llevado calentito.
A mí me sigue conmoviendo la fe de mis iguales, son mi gente y me he educado con ellos. Estos señores me han declarado una guerra.
NOTA: «Del mismo hay quien pone su propio paraíso en el infierno de los otros». Alberto Moravia en La Romana.