«...Y comenzó a operarme desde el avión»
Felisa Anguix (42 años) es una entusiasta del trabajo de Pedro Cavadas. Tanto que se ha convertido en una auténtica insufladora de ánimo para los pacientes que participan en programas de rehabilitación que se desarrollan en los locales de la fundación promovida por el cirujano valenciano y sus hermanos Virginia y Eduardo. «Les meto caña y animo a todo el mundo, porque ahora estoy muy bien. Pero no crea que fue fácil. A mí también me resultó muy duro y lo he pasado tan mal que he necesitado ayuda psicológica». Felisa y su familia pagaron las consecuencias de un conductor ebrio.
Actualizado: GuardarAcababan de regresar de vacaciones y la pareja viajaba en su todoterreno en dirección a Barcelona, donde estaban invitados a una boda. Con ellos, en los asientos traseros, viajaban sus dos hijos Laura, de 15 años; y Salvador, de 12. Un 4x4 pilotado por una persona que había bebido de más les embistió por detrás y le sacó de la calzada. Felisa, que ocupaba el asiento del copiloto, se llevó la peor parte. Su brazo derecho quedo destrozado, «El golpe lo cortó todo, nervios, arterias, músculos, hueso...».
La mujer fue conducida al hospital Clínico de Valencia, pero ella, que ya había oído hablar de Pedro Cavadas, quería ser operada por su microcirujano de referencia. No podía ser. Estaba en Kenia.
Pasaron los días, «siete o ocho desde el accidente», y los médicos que le atendían consideraron que no podía esperarse más. El brazo comenzaba a gangrenarse y tenía que ser extirpado. Cuando todo parecía venirse abajo, un amigo común de Felisa Anguix y de Cavadas le dijo que pidiera el alta voluntaria, que se iban a la clínica de la fundación.
«El doctor Cavadas regresaba en ese momento de África y mientras me trasladaban a su clínica, él iba recibiendo en su ordenador todo mi historial y preparando la intervención. Es decir, que comenzó a operarme desde el avión. Entré en el quirófano. Él empezó a contarme que regresaba de un safari... y me quedé dormida».
Anguix, que era una persona muy activa, tuvo que renunciar a la empresa de importación que dirigía, pero salvó el brazo. «Ahora vivo el día a día y saco jugo de las cosas simples y normalitas». Su mano todavía no tiene sensibilidad, «pero todo llegará». Adalix Guzmán es un amor venezolano, de habla suave y dulce, que fue puesta en las manos de Pedro Cavadas por el mismísimo presidente Hugo Chávez. Tenía 14 años cuando llegó a España el pasado 31 de agosto, junto a su familia, sus padres y su hermano mayor, para ser intervenida de un «tumor gigantesco» en la pared torácica, un bulto que afectaba a algunas estructuras claves de su organismo y que amenazaba con colapsar la vida de la adolescente.
«Me causaba mucho dolor, especialmente en el brazo izquierdo, me presionaba los pulmones y me dificultaba la respiración», relata la joven. «Siendo tan niña, había pasado tanto y estaba tan tranquila que ya no tenía miedo a la muerte. Era consciente de que podía llegar y me iba a morir tranquila».
Sus padres lo habían intentado todo. En su país, la intervinieron hasta en tres ocasiones, pero el tumor, que ofrecía la única ventaja de que no daba metástasis, volvía a reproducirse; y aparecía una y otra vez. Los médicos venezolanos se rindieron. La madre de Adalix buscó y rebuscó una opción para su hija, aunque fuera la última. Ni en Estados Unidos se atrevieron con ella. Finalmente, encontró el nombre de un cirujano de Valencia que tal vez sí. Norka, que así se llama, envió la documentación del caso a Pedro Cavadas y el especialista respondió afirmativamente. «Se puede». Su padre, Nicolás, colaborador del presidente de Venezuela, pidió su apoyo a Hugo Chávez. «Cuenta con él», le contestó. Fernando Fernández Valsalobre tiene 64 años y es manco de la mano derecha desde los 17. Tuvo que emigrar a Francia en busca de trabajo y por suerte y tesón encontró uno en una fábrica de pieles. Una prensa, sin embargo, le devoró el brazo. La desgracia se cebó en él hace algo más de dos, cuando un derrame cerebral le dejó como secuela una hemiplejia que le dejó completamente paralizado precisamente el lado derecho.
Un día, sentado en el sofá de su casa, encontró en un informativo de televisión la respuesta que buscaba. Un cirujano valenciano había trasplantado con éxito las dos manos a una mujer colombiana de 48 años que los había perdido hacía 28 a causa de una explosión accidental en una clase de química. Era Alba Lucía, un hito en la historia de Pedro Cavadas.
Su brazo derecho se convirtió en izquierdo, en una operación compleja que requirió nueve horas de quirófano para que cada dedo respondiera correctamente a los impulsos del cerebro.