Algo sospechan los jóvenes
Creo que los jóvenes andan al loro de la gran fabulación: el mundo no es tan divertido como los adultos insisten en hacerles creer. A pesar de toda una estrategia que intenta convencerles de que están en el más jocoso de los mundos posibles, resulta cada vez más evidente que algo sospechan los jóvenes. Se ve a las claras que andan escamados ante tanta insistencia nuestra en resaltarles el sentido lúdico de la vida. Es posible que les de ya mala espina tanta oferta de ocio, tanto casting, tanto concierto gratuito, todo ese entramado tecno-comunicativo que insistimos poner a su disposición para, finalmente, acabar confinándolos en la soledad de su cuarto
Actualizado: GuardarNo todo beneficio es benéfico, y, tal vez barruntando que heredan una patata más caliente que nunca, los jóvenes comienzan a echar cuentas de lo que en realidad van a heredar, una vez descontadas las cargas camufladas con papel celofán. Las hipotecas que les hicimos firmar revelan ahora su verdadera esencia esclavizante, mientras que para firmarlas en el futuro será necesario cumplir condiciones imposibles, vinculadas a una realidad laboral de ficción. La alternativa es prolongar una desalentadora dependencia del hogar familiar más allá de esa edad en la que o te haces libre o sucumbes ya para siempre. Mientras, los adultos seguimos insistiéndoles en el carácter divertido de todo y de cualquier cosa. Nada hay serio, aburrido, difícil o molesto. Vivir en el mundo es, a todos los efectos, divertirse hasta morir.
Pero puede que nos estemos pasando en nuestro afán por aparentar lo que no es. En el mundo que les tenemos preparado, no parece que pueda haber sitio para esa gente que aparece en televisión siempre acostada (Gran Hermano), o continuamente bailando (¿Mira quien baila!), o resolviendo acertijos insufriblemente tontos, o yendo de casting en casting hasta que por fin suena la flauta o no, pero que tampoco importa: lo importante es participar, que ya de por sí es un flipe de cojones.
Y no digamos nada del carácter indisimuladamente mentiroso de la publicidad. Creo que los jóvenes empiezan a intuir que no puede ser, y que además es imposible, un futuro donde todos puedan participar de ese paraíso de realidades insustanciales pero carísimas, y de obsolescencia insidiosamente programada. Deben estar sospechando que el mundo no siempre va a obedecer a una simple presión del dedo pulgar. Que es mentira eso de que, clickeando clickeando, uno puede remover obstáculos, crear realidades, hacer negocios, fundar un imperio, cortar la cabeza al contrincante, o volar por los aires sin alas ni motor.
Puede que los jóvenes estén empezando a recelar incluso de las instituciones, que tampoco se cortan un pelo a la hora de crear una realidad irreal para ellos. Por mucho botellódromo que se les habilite, por mucho concierto que se les organice, por mucha política de la mera facilitación que se practique para contentarlos, los jóvenes empiezan a mirar con el rabillo del ojo toda una parafernalia creada para ellos pero sin ellos.
Y por si fuera poco, incluso de su reducto familiar comienzan a sospechar los jóvenes, pues dirán: ¿cómo es posible crecer entre algodones y pasar abruptamente a un mundo que funciona sin contemplaciones ni segundas oportunidades? ¿Cómo aprender a volar permaneciendo en la calidez del nido, sin ejercitar las alas, hasta más allá de la edad apropiada para experimentar el vértigo de la auténtica libertad?
Estos días andan manifestando su cabreo contra una Universidad que pretende adaptarlos al juego desigual de un casino laboral tramposo, omnipotente y despiadado. Ojalá las protestas sean una señal de que algo sospechan los jóvenes.