Tailandia sigue sin cerrar la crisis pese a que vuelven a operar los aeropuertos
Un día después de que el Tribunal Constitucional tumbara al Gobierno de Tailandia por fraude en las elecciones del año pasado, los primeros aviones empezaron ayer a despegar del aeropuerto internacional de Bangkok, que llevaba una semana bloqueado por miles de partidarios de la oposición que exigían la dimisión del primer ministro, Somchai Wongsawat.
Actualizado: GuardarLogrado su objetivo tras la inhabilitación del jefe del Ejecutivo y la disolución de tres partidos de la coalición gubernamental, los manifestantes han levantado las protestas en torno a los aeropuertos. Pero la reapertura de las dos terminales aéreas de Bangkok no ha cerrado la crisis, ya que la próxima semana será nombrado un nuevo primer ministro que, en teoría, debería contar con el beneplácito de la oposición que, de antemano, ya ha amenazado con volver a tomar las calles si el elegido no es de su gusto.
Entre los posibles candidatos al cargo de primer ministro ya despuntan Chalerm Yubamrung, titular en funciones de la cartera de Salud, y el ex responsable de Comercio Mingkwan Sangsuwan. Sin embargo, la designación de estos dos candidatos volvería a traer problemas, porque ambos son estrechos aliados del ex primer ministro Thaksin Shinawatra. Aunque éste se encuentra en el exilio y ha sido condenado por corrupción, la oposición intenta desmontar la influencia política de Thaksin, que dirigió el país desde 2001 hasta el golpe de Estado incruento de septiembre de 2006.
Mensaje a la nación
Para mantenerse en el Gobierno, los seguidores de esta formación ya han fundado un nuevo partido denominado Puea Thai (Para los tailandeses). Desde esta plataforma aspiran a recoger el testigo del disuelto PPP y dar cabida a sus parlamentarios no inhabilitados por los tribunales de justicia.
Otra opción para acabar con la crisis política tailandesa pasa por una convocatoria de elecciones. El futuro dependerá de lo que diga hoy el venerado rey Bhumibol Adulyadej. La intervención del monarca será decisiva para acabar con la fractura social que divide a los pobres campesinos, que apoyan al Gobierno, y las privilegiadas clases urbanas. Estas últimas respaldan a la oposición y pretenden limitar sus derechos democráticos para que sólo el 30% del Parlamento sea elegido en las urnas.