EN CÁDIZ. Nativel Preciado presentó en la ciudad su última novela. / VICTOR LÓPEZ
Cultura

La memoria frente al espejo

Nativel Preciado presenta en la Asociación de la Prensa 'Llegó el Tiempo de las cerezas', una novela que ensalza la necesidad de vivir «en presente»

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Cada diez años, más o menos, el hombre se enfrenta al espejo. Lo dicen los psicólogos y lo avalan las encuestas. Hace paro biológico, se sienta ante su propia imagen envejecida y aprovecha para cartografiar sus cicatrices. Logros y pérdidas, sumas, débitos y ausencias, van cayendo en la balanza. Las cuentas, casi siempre, arrojan un saldo negativo.

A partir de los 50, la incertidumbre se transforma en vértigo. El reloj hace tic-tac mucho más rápido que antes. Las estaciones se aceleran y los años caen a una velocidad pasmosa. ¿Qué hacer entonces? ¿En qué isla refugiarse? ¿A qué remedio recurrir?

Nativel Preciado, en Llegó el tiempo de las cerezas, la novela que presentó ayer en la Asociación de la Prensa de Cádiz, ofrece su particular antídoto: «El tiempo es una actitud. Si le perdemos el miedo, nunca nos haremos viejos».

La idea original de la autora fue escribir un libro de reflexiones sobre el paso tiempo, pero «me estaba quedando algo tan personal, que opté por novelarlo». Preciado acabó fijando la historia de Carlota, una actriz de doblaje que, al borde de los 60 años, divorciada y madre de una hija, se enfrenta al momento más inseguro y vacilante de su vida. Le abruma el paso del tiempo, el deterioro físico y mental, hace de cada olvido un mundo y teme, como «a nada», el peso del abandono y la soledad.

En plena evocación nostálgica, la protagonista se cruza con un extraño personaje que le enseña a sosegar el juicio. «De vez en cuando aparece alguien en tu vida sin malas intenciones, alguien que no busca nada de ti, que no pretende hacerte daño, que es sincero y sin dobleces, y esa persona, sea quien sea, consigue sacar lo mejor de uno mismo». A partir de ese resorte, Carlota, obsesionada con perder sus recuerdos, se dedica a contemplar sus mejores momentos como si fuera el rol secundario de una película en la que aparecen anécdotas reales de escritores, cineastas, políticos, cantantes y acontecimientos históricos.

«La memoria es muy traicionera, tendemos a idealizar etapas que no fueron tan buenas y a condenar otras que quizá no fueron tan malas, sólo porque nuestra cabeza funciona a través de complejas asociaciones de ideas», explicó Preciado, que apoyó su tesis con un dato estadístico: «Echamos de menos el corazón, el hígado y las piernas de cuando teníamos 20 años, pero cuando se pregunta en las encuestas a la gente si volvería a esa edad, el porcentaje que acepta la idea es mínimo: estamos orgullosos de nuestra experiencia, aunque la vida no haya sido todo lo que esperábamos de ella».

Preciado negó que Carlota fuera un trasunto literaturizado de ella misma. «Estoy desperdigada en todos los personajes, aunque a la protagonista le he prestado mucho: mis libros favoritos, mis películas, mis paisajes. A pesar de ello, he de reconocer que, a estas alturas, he perdido el pudor de hablar de lo que sé, de mis sentimientos. He vivido todas las emociones que ellos viven», detalló, «y por eso estoy en el derecho de contarlas con propiedad».

La autora también defendió la aplicación de «la escritura periodística» a la literatura. «Yo escribo con la vocación de que me entiendan. Es algo que aprecio en todos los profesionales: en los médicos y en los fontaneros, y que resulta fundamental en los que trabajamos con las palabras». «Es más difícil escribir en corto que en largo, y más fácil dar vueltas que ir al grano», sentenció.

dperez@lavozdigital.es