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MAR ADENTRO

El retorno de Pericón

Por si usted no lo sabe, en la Punta de San Felipe se pescaban faroles fenicios aún encendidos y hubo un perro que era capaz de denunciar como ratero al que le trincaba su tesoro escondido: si se hubiera cruzado con Julián Muñoz o con Luis Roldán, todavía les estaría ladrando. Por si usted no lo sabe, el realismo mágico no lo inventó Gabriel García Márquez, ni Mario Vargas Llosa, ni siquiera Manuel Múgica Laínez ni el barroco Alejo Carpentier. La realidad mágica era la actitud ante la vida que asumió Juan Martínez Vilchez, conocido para la gloria como Pericón de Cádiz.

Juan José Téllez
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«Y ni en éste ni en el otro colegio de los hermanos aprendí yo na?, ni a leer ni a escribir ni na?, porque no hacía caso de na?», le confesaba a su escriba, José Luis Ortiz Nuevo, que estaba haciendo la mili cuando grabó ese memorial de la gracia y de la supervencia que, desde el ecuador de los años 70 del siglo pasado, lleva el título de Las mil y una historias de Pericón de Cádiz.

El libro acaba de ser reeditado en la Colección Bárbaros, que anuncia la reaparición de otros ensayos de esta misma suerte, como el que dedicara a Tío Borrico, a Tía Anica La Priñaca o a Enrique El Cojo. Por Enrique Morente, Ortiz Nuevo conoció a Pepe de la Matrona y a aquel Pericón, hijo de Adolfo y de María, que naciera en la casa número 22 de la calle Marsal, hoy Vea Murguía.

Lo mismo, por si usted no lo sabe, Pericón fue cantaor de teatro -hacía las veces de zapatero en la versión de Las Calles de Cádiz que montara Concha Piquer-, que se buscaba las habichuelas por las ventas o en el cuarto grande del tablao madrileño Zambra. Pericón no era un embustero, era un fabulista: «Hay que aclarar con toda urgencia que, en un hombre como el que nos ocupa, imaginar no es nunca o casi nunca mentir», aclaraba Fernando Quiñones en el prólogo que escribió para la primera edición de esta obra, sobre la que aseveraba que «así como en las leyendas más inverosímiles existe un fondo de realidad ocurrida y transformada por el tiempo, en los relatos y memorias de Pericón se mezclan indisolublemente lo que fue y lo que pudo ser, lo que para él fue así».

Y si la naturaleza imita al arte, el arte suele poner a la historia en su sitio, esto es, en la anécdota, porque a menudo importa más la leyenda en el imaginario colectivo que el rigor de lo cierto. La realidad, por si usted no lo sabe, suele ser inverosímil. La de Pericón, sin duda, lo era. Pero también era veraz. ¿Quién se atreve a dudar, por ejemplo, que las partituras del flamenco llegaron a Cádiz en un baúl que el levante esperrió por los cuatro puntos cardinales? Pero este ya no es un país para viejos, ni para pericones. Ya sería del todo punto imposible que Juan Martínez Vilchez pescara un submarino desde La Caleta o encontrase un pulpo al que devolver al mar para que le hiciera de chulo y que le trajese relojes de Ceuta. En lo actualidad, se lo impediría el sinpar quiosco de hierro forjado que han colocado a los pies de Jolivu. Si se le preguntase a Pericón por dicha pieza de nuestra más reciente arquitectura, lo mismo diría que es la VPO que le habría tocado a Mazinger Z en el último sorteo.