«Mi familia en Venezuela cree que trabajo en una residencia de ancianos»
La prostitución sigue siendo una profesión «invisible» a la que se ven abocadas muchas mujeres en busca de dinero o forzadas por proxenetas
Actualizado:«Morenaza, delgada, cariñosa». Se llama Natasha. Al menos así se hace llamar, aunque suele cambiar de nombre de guerra. Es de las pocas chicas, de cuantas hemos llamado para este reportaje, que han accedido a hablar con un periodista. Se abre a la conversación como si quisiera desahogarse.
Es venezolana, aunque no tiene mucho acento. Atiende a sus clientes primero por teléfono, que anuncia en las páginas interiores de los periódicos, y después, en un piso de El Puerto que comparte con una compañera -su «amiga Coral»- que también se dedica a alquilar su sexo a 50 euros la hora y que es también venezolana. Son prostitutas sin chulo, pero también sin club. Y por lo tanto no entran en las estadísticas de la Asociación Pro Derechos Humanos, que sólo ha podido analizar la prostitución que se muestra en las salas de alterne.
Las meretrices como ella tampoco son visibles ante la administración. Ni siquiera son visibles para sus propias familias, como ella misma reconoce: «No les he dicho a lo que me dedico y no se lo diré. Ellos creen que trabajo cuidando ancianos», afirma Natasha, que efectivamente, en Venezuela era auxiliar de enfermería y como tal quería trabajar en España, cuando llegó con apenas 20 años hace ya 10 años. «Pero es difícil convalidar los títulos», asegura. Su sueño sólo pudo volverse realidad en forma de mentiras, en sus cartas a la familia de Caracas.
Sin embargo, no se dedicó a la prostitución desde el principio. Se introdujo en esta profesión que no cotiza, obligada «por la necesidad» de dinero. La plata que necesita para volver a su país «de la manera más rápida de conseguir» posible: alquilando su cuerpo. Un objetivo que espera poder cumplir el próximo verano, después de tres años como meretriz.
Antes «trabajaba limpiando casas y locales de empresas», recuerda al hablar de sus primeros empleos en España. Aunque los abandonó cuando «unas amigas contaron que ellas ganaban mucho más con esto. Así empecé», nos cuenta por teléfono, con un tono que deja adivinar cierta melancolía.
Haciendo 'la calle'
«¿Hablar? No», rechaza nuestra entrevista otra chica, esta vez de origen africano (aunque dice ser «spanish, spanish», sin mucha credibilidad, pero obviamente no tiene papeles y las preguntas sobre su origen son incómodas). En este caso, esta prostituta atrae a los clientes también en El Puerto, pero a pie de carretera en un descampado unto al estadio de fútbol portuense, con otras diez compañeras que con pantalones ajustados se contonean en la oscuridad, rodeadas sólo por la maleza.
Exclama desafiante: «Treinta euros, fuck», y pega media vuelta. «No speak, I only business» afirma en un inglés básico: «yo no hablo, sólo hago negocio», en español.
Comparte con Natasha la amargura de una profesión, en su caso, no impuesta por la necesidad, sino muy posiblemente por un proxeneta. Tampoco ella aparece en las estadísticas que dio ayer a conocer la Asociación Pro Derechos Humanos, pues como ésta organización denuncia, «son invisibles» y totalmente clandestinas.
mgarcia@lavozdigital.es