Los del 'Yo tengo derecho'
Usted y yo sabemos que los derechos de los ciudadanos no es una cuestión baladí -simpático vocablo que hoy gastamos siguiendo el ejemplo que ayer daba Pepe Monforte desde estas páginas-. Sin embargo, los tiempos de la opulencia engordaron la lista de derechos que los vecinos de este patio de Monipodio que es Occidente se han ido arrogando a golpe de hechos consumados. Un poner, el cacareado botellón, que no es un enorme receptáculo de vidrio para guardar vinos u otras bebidas espirituosas; no, no, ya sabe usted que es la reunión social callejera en la que estudiantes, encofradores, conductores, aspirantes a bailarinas, opositores, imberbes y barbilampiños se congregan para hacer unas libaciones. Cubata time.
Actualizado: GuardarPues el otro día daban por televisión uno de estos debates que están ahora tan en boga y en los apenas se consigue entender nada porque los tertulianos se empeñan en hablar cuando les interrumpe el de al lado. Y parlaban del botellón. Otra vez. Allí estaba un tal Ramón Servate. Este señor ha conseguido que el Ayuntamiento de su localidad impida la celebración de actividades dionisíacas a la intemperie junto a su casa. Hasta aquí, todo normal. Pero el problema viene porque los que gustan del vino tanto como del aire fresco llevan meses acosando, insultando y amenazando a Servate. «Siempre hemos hecho aquí el botellón, ¿por qué tenemos que dejar de hacerlo por uno que haya protestado? Tenemos derecho a divertirnos», decía un chavalín con tantas neuronas como pelos en la barba. Y ahí está la almendra del asunto. Tengo derecho a hacer esto o aquello porque me apetece hacerlo y nada ni nadie debe impedírmelo porque yo tengo derecho. Sí, sí, ríase usted de lo ridícula que es la argumentación. Sepa que quien hoy habla así acabará siendo el dentista de su hijo, el profesor de su nieta y quién sabe si hasta su yerno o nuera. El de los derechos sin deberes en casa. Empiece a temblar y haga una pira funeraria con obras de Montesquieu y Paine.