Editorial

Permiso mortal

La violencia machista se ha cobrado en apenas 24 horas la vida de otras dos mujeres, dos asesinatos que agravan el drama casi cotidiano que provoca el maltrato y cuyas terribles consecuencias comprometen la existencia de 400.000 ciudadanas según los cálculos oficiales. A la espera de que se conozcan todos los detalles del crimen cometido en Valencia, el registrado en Pontevedra reúne tal cúmulo de circunstancias desgarradoras que llevan no sólo a conmoverse ante la furia homicida que puede desplegar un hombre hacia quien ha decidido compartir destino con él, sino a cuestionarse por la idoneidad de un sistema que se muestra incapaz de impedir explosiones de terror doméstico con la presente pese a seguir todos los protocolos legales. La respuesta a por qué Maximino Couto Durán mató a Mª del Rosario Peso, la mujer que había intercedido a su favor en la cárcel en la que cumplía condena por amenazar a su ex pareja y que le había recogido el jueves para que disfrutara de cuatro días de libertad, sólo se encuentra en la mente perturbada del presunto asesino. Pero el hecho de que tras esta muerte buscara, por fortuna sin conseguirlo, la de su antigua esposa y la de dos vecinos que habían testificado en su contra refleja tal odio acumulado que obliga cuando menos a preguntarse cómo la Junta de Tratamiento de la prisión y el juez de Vigilancia Penitenciaria autorizaron un permiso sin intuir siquiera que este brutal desenlace podía producirse.

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El director de la cárcel ha argumentado que ni la conducta normalizada del recluso, que iba a volver a ser un hombre libre en menos de un mes, ni su condena por amenazas permitían imaginar un estallido de violencia semejante. Sin embargo, es preciso que se esclarezcan los criterios que se siguieron para dar por supuesto que Couto se había rehabilitado y que se revisen con rigor las actuaciones acordadas, porque resulta evidente que el sistema no ha logrado en este caso sus objetivos de reinsertar al delincuente, prevenir el delito y, sobre todo, proteger a las víctimas. En este contexto, el fallo en el dispositivo de GPS con el que se pretendía asegurar la orden de alejamiento de su ex mujer que pesaba sobre el agresor constituye el lamentable corolario de las insuficiencias consumadas en este crimen. Aunque quizá lo más descorazonador sea comprobar cómo la propia víctima soslayó los riesgos que comportaban los antecedentes de maltrato de su compañero.