Santiago como fondo de la historia de la ciudad
Llamada como Arenalejo de Santiago, la plaza que lleva el mismo nombre es un enclave habitado desde la Reconquista
Actualizado:Arenalejo de Santiago ha sido desde tiempos de la reconquista. Es sabido que el templo que preside la plaza de Santiago fue construido como ermita por mandato del mismísimo rey Alfonso X El Sabio, en honor al Santo Patrón de España. Lugar extramuros donde irían poco a poco desarrollándose núcleos de población a las faldas de la ciudad. Después vinieron las obras de remozado y ampliación del templo en el siglo XV, quedándose concluida en el año 1569. Muy escuetamente, ésta es la historia de este templo.
El pasado de la ciudad, por tanto, está ligado a esta collación tan gitana y que tanto jerezanismo respira. Los años han ido dando poso y desarrollo al viejo barrio hasta llegar al presente, lugar donde turistas y viajeros de todo el mundo acuden, toda vez que está considerado este trozo de terreno como cuna del arte flamenco y del cante jondo. Pero, dejando el mundo del arte y del cante a un lado, habría que decir que ahora la plaza de Santiago está expectante por ver de nuevo a su templo reformado y, sobre todo, cimentado, solidamente, para otro buen puñado de siglos. La zona de la vieja parroquia está acordonada y el ábside de la parroquia se encuentra vallado y aislado del mundo. El famoso azulejo del Prendimiento lo podemos observar casi perdido tras las chapas que lo aíslan de sus vecinos del barrio. La fuente aplacada y el frío cortante azotando las esquinas con sus cuchillas como si fueran demonios enfurecidos.
«En la papelería Santiago saben un rato de la historia de la plaza y del arte que hay en el barrio», comenta una chica que está en el estanco. En el comercio de los tabacos ya no están Eusebia ni Ángeles, que eran las mujeres que han llevado este castizo negocio en el corazón del barrio. Más de un siglo han estado repartiendo nicotina como si tal cosa. Esta expendeduría de cigarrillos, cuentan los vecinos, era casi un museo más de la ciudad. Dicen que había un gran cuadro que anunciaba una marca de papel de fumar ya inexistente y que llamaba la atención de todos los que pasaban. Ahora, el estanco está en la puerta de al lado y las dependencias son modernas. Las viejas estanterías de caoba han sido sustituidas por planchas de aglomerado rechapado que sin duda queda resultón.
Y en la papelería está Pilar Pazos. Ahí lleva la buena señora unos diecinueve años despachando blocs de notas, lápices del número dos y bolígrafos para la batalla de los colegios. Es también el lugar donde los vecinos del barrio tienen acceso al periódico, y LA VOZ tiene un lugar preferente en la tienda como no podía ser menos. «Algunos años llevo yo, y mi tía Maruja, que estuvo treinta y cinco. Todavía hay vecinos que dicen eso de llégate por lo de Marujita para comprar el periódico, niño», comenta Pilar orgullosa de llevar el testigo comercial de la familia.
Ni payos ni gitanos
Directa y sin cortapisas se muestra Pilar cuando se le pregunta por el barrio y por la zona. «Aquí no existen las razas. Jamás he visto ni a uno ni a otros menospreciar a alguien por ser de raza gitana o paya. Aquí somos todos una gran familia. Hemos aprendido con los años a integrarnos en la sociedad sin problemas», subraya. En la puerta de la papelería está nada menos que El Sordera. Aquél que decía lo de «vamos a estar aquí hasta que venga el lechero por la mañana». Esto lo manifestaba a voz viva antes de desplegar su cante grande y santiaguero.
Pero también debemos y tenemos que dejar el busto de este gitano de bronce e irnos a la zona más cercana al angostillo de Santiago. Manuel Benítez acaba de abrir el bar. Ahora parece que no hay nadie, pero por las mañanas la cosa tiene su ambiente. «Bueno, ya sabes Los ancianos del asilo San José que se dan una vuelta por aquí», comenta.
Se trata del Boquerón de Plata, lugar fundado en el año 1964 por dos gallegos con el fin de dar pescaíto frito con una buena copa. Según cuenta Manuel, uno se hizo cargo del freidor mientras que el otro tenía el bar. Así fueron aparcería durante algunos años hasta que llegó Antonio Benítez, que lo regentó durante unos años. De Antonio pasó a su hermano, que hace ya más de diez años que lo abre diariamente. Sin duda, un clásico del barrio de Santiago. Un vecino que pasa cerca nos comenta que «el día que no esté el Boquerón de Plata el barrio ya no será el mismo».
Mientras, Manuel Benítez sigue repartiendo sus cafés y sus cervezas a los clientes que entran y salen. No hace falta preguntar mucho. Manuel ya se apaña y sabe qué le gusta a cada cual. Sin ir más lejos, Manuel Padilla Muñoz ha entrado en el bar y su tocayo ya sabe lo que busca. «Un café largo, y me lo traes a la tienda si puedes, Manolo», comenta.
Perseguimos a Manolo Padilla, que se nos ha colado en Alimentación Lina. Es el almacén que hace esquina con la calle Taxdirt. Ya está despachando a una vecina. «Aquí estamos desde hace algunos años. Bueno, nosotros somos recientes, porque existen documentos gráficos en los que se ve la tienda a primeros del siglo pasado. Esto ha sido siempre lo que en Jerez conocemos como un almacén. Es decir, una tienda de alimentación», explica.
El Prendi
El Prendi tampoco puede faltar en un lugar tan castizo y popular. Preside la tienda de Padilla, con su túnica color corinto y su mirada dulzona. Justo abajo del Prendi, un semidiós que es venerado con gran parte de la chiquillería actual: el animal Batista. Un luchador de pressing catch musculado y con cara de malos amigos. Sin duda, extraña pareja de viaje. Padilla comenta que en sus cuarenta metros cuadrados no se puede sacar más espacio. «La cosa no está muy boyante, pero sobreviviremos. No es que nos vayamos a hacer ricos, pero al menos un sueldo digno nos llevamos a casa todos los meses», agrega.
Mientras, la tarde está cayendo y la iglesia se ha convertido en una especie de silueta fantasmagórica que resalta en el tenue cielo vespertino. La espadaña de la parroquia recorta los altos de la plaza y el frío se hace más intenso. En la puerta del estanco comienzan unos chicos a tocar las palmas. No se sabe bien si es un arrebato de arte o una forma de sacarse el frío de los huesos. En Santiago, cualquier ritmo sale bien. Un chaval se arranca por bulerías por los bajinis. Nos ha parecido ver sonreír de nuevo a las viejas piedras del ábside del templo jerezano. Ni el cante ni las piedras parecen tener sus días contados. Gracias a Dios.