La batalla del virus
Cuatro internos de Gerasa cuentan su experiencia tras casi dos décadas conviviendo con la enfermedad
Actualizado: GuardarMientras cientos de científicos buscan una vacuna contra el VIH con poco éxito, los pacientes de la casa hogar Gerasa de Chiclana continúan contando días pasados. Son el mejor reflejo de la esperanza. Pocos confían ya en el remedio que les saque de la enfermedad, algunos conviven con ella desde hace más de 15 años, pero la mayoría tiene puestas sus miras en una casa, una familia y un trabajo. Una vida normal.
José Antonio López lleva tres años en el centro, llegó en silla de ruedas tras padecer una meningitis tuberculosa derivada del sida. El nombre de la enfermedad se le quedó corto para describir los síntomas, que terminaron en un coma de siete meses. «Cuando desperté no tenía mujer, estaba en una silla y tenía el culo lleno de úlceras», recuerda. Ahora consigue ponerse en pie y andar, toda una sorpresa para su familia. Tras dejar la droga volvió con su mujer, que lo sigue esperando en Málaga: «Sólo quiero vivir para estar con ella y con mi hija, que dejé a los tres años y la volví a ver cuando era una mujer».
José Antonio vuelve dentro de unos días a su casa de permiso y le pasa el testigo a María José Alonso, que tendrá que dar la batalla. Llegó al centro hace dos semanas tras sufrir un infarto cerebral que le ha paralizado medio cuerpo. En ella son visibles las huellas de la enfermedad, en la que prefiere no pensar. Su contagio fue por vía sexual, «un novio que no quería utilizar protección y que nunca me dijo que era seropositivo»; luego vino la droga, de la que se desenganchó hace dos años. Esos son los que cuenta ahora mientras olvida los que fue toxicómana.
María José lamenta ahora todo lo que ha pasado, pero tiene el apoyo de su familia: su madre y sus dos hijos con los que vive en Sevilla y donde espera volver y tramitar una pensión.
Quiere levantarse de la silla, caminar por sí misma, «aunque sea despacito». De apoyo le sirven las cuidadoras del centro con sor Trinidad a la cabeza. La religiosa los observa, los mima y los llena de cariño. «Por aquí han pasado ya más de 600 y nada más llegar sé cómo vienen, lo que necesitan y si me engañan o no».
Sor Trinidad es prácticamente la familia de Desiderio Herrero. Castellano de nacimiento, contrajo el sida casi antes de que se empezara a hablar de la enfermedad. Ahora tiene 42 años y procura no pensar demasiado en el futuro. «Entré en el mundo de la droga a los 15 y he probado de todo». Cuenta que desde muy joven ha vivido en la calle, entre bancos del parque y prisiones. «He perdido muchas oportunidades y he pagado mucha cárcel», relata. Pero dice sentirse afortunado porque «hay un regimiento de ángeles que velan por mí. La droga no me ha afectado psicológicamente y he dado motivos para ello». «Estoy tranquilo porque tengo el bicho arrinconado y no le dejo comer demasiado para que no crezca», dice refiriéndose al VIH.
Y a raya lo mantiene también Juani Blanco, de 41 años y natural de Palmones, junto a La Línea. Se reconoce toda una romántica, aunque eso le haya acarreado más problemas que satisfacciones. A Juani la contagió su marido al poco tiempo de estar casada. «Ése no es buen hombre para ti», le repetía su madre. Pero no puede negar que lo ha querido siempre. «Nunca he tenido otra pareja y hace ya seis años que se murió por sobredosis».
Juani no le cierra las puertas al amor. Cuando salga del centro quiere volver a Palma de Mallorca, donde está su hijo. Allí sueña con rehacer su vida, lejos de la droga, sobrellevando la enfermedad. Entre los planes de futuro está un trabajo y, por qué no, una nueva pareja, pero esta vez «que me tenga como una reina», asegura. En este proyecto no hay cabida para la autocompasión.