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Zagreb presume de elegante
Ciudad barroca y gótica, monumental y distendida, con una inconfundible huella del viejo Imperio Austrohúngaro, combina empaque histórico y vitalismo
Actualizado: GuardarEntre el Adriático y el macizo central europeo se alzaban dos pueblos medievales con sus respectivas murallas: Kaptol, habitado en su mayoría por clérigos y artesanos, y el colindante Gradec, poblado por pequeños comerciantes. Como suele ocurrir entre vecinos, unos y otros se profesaban una sana animadversión. Pero las rencillas también unen, de forma que, ya en el siglo XIX, Kaptol y Gradec se unieron en un maridaje del que nació Zagreb, actual capital de Croacia, una de las más elegantes ciudades europeas, centroeuropea y mediterránea a la vez.
Su arquitectura barroca y gótica y sus palacios austrohúngaros dan testimonio de su innegable personalidad centroeuropea. Al mismo tiempo, las animaciones callejeras en la Plaza del Ban Jelacic, los cafés de la colorista Plaza de las Flores y los animados paseos por la concurrida calle Tkalcic le dan un aire mediterráneo.
Zagreb es hospitalaria y simpática, muy apegada a su bagaje histórico y orgullosa de la fértil naturaleza que la rodea. También es una ciudad para pasear, para recorrerla con tranquilidad. A cada paso surge una sorpresa que merece ser observada: bien alguna de las imponentes obras del escultor croata Iván Mestrovic, como el 'Pozo de la Vida' a los pies del Teatro Nacional, o bien alguna de las viejas casas de la Ciudad Alta, que rezuman historia por sus piedras. Es agradable observar el trasiego de la ciudad con sus tranvías azules, el ir y venir desenfadado de los zagrebíes, los animados cafés, los puestos de flores en la Plaza del poeta Peter Preradovic o el exuberante mercado de Dolac, el estómago de la ciudad. Allí, bajo las sombrillas rojas y al amparo de la estatua del héroe popular Petrica Kerempuh -simpático y rebelde defensor de la plebe y que de la leyenda pasó a la literatura y el teatro-, las horas pasan volando entre setas de temporada, pimientos rojos reventones, frutas, quesos de cabra y pescados fresquísimos. En los puestos de Dolac, igual despachan los viejos campesinos que llevan marcado en su rostro la experiencia del tiempo y del duro trabajo, que los chavales que parlotean por el móvil mientras pesan unos tomates.
Con la cesta rebosante de hortalizas, se impone un alto en el camino; un buen café acompañado de uno de los exquisitos pasteles del establecimiento Ivica i Marica, tan acogedor con su aspecto de casita de chocolate de cuento en la calle Tkalcic, que antaño ni siquiera era una calle, ya que el arroyo Medvescak ocupaba su lugar y dividía Kaptol de Gradec. Fue en tiempos un enclave estratégico de artesanos y comerciantes e importante centro de producción del textil zagrebí. En 1898 se cubrió el arroyo y nació la calle Tkalcic, donde hoy se respira un ambiente jovial y se degusta la gastronomía croata.
Mucho arte
Otro punto ineludible para el visitante es el Museo de Mimara, en la Plaza de Roosevelt, que contiene una de las colecciones de arte más ricas de Europa, donación del coleccionista, pintor y restaurador Ante Topic Mimara. Un tesoro cultural con más de tres mil piezas de gran valor artístico, desde obras clásicas hasta objetos del antiguo Egipto.
Cae la noche. Llega la hora bruja de Zagreb. Es el momento de coger el pequeño tranvía Uspinjaca, de visitar la Torre de Lotrscak, desde donde se contempla una panorámica espectacular, y de subir a la Ciudad Alta para observar la luz rojiza del ocaso iluminando con suavidad los tejados rojos y negros de la ciudad. Sentarse en el acogedor restaurante 'Pod Grickim Topom' y saborear un excelente vino croata con especialidades de la tierra; croquetas de paté, pavo con pasta casera, carne con salsa dálmata, pescado a la plancha, risotto de gambas y calamares servido en conchas marinas. Y de postre, crepes de fresas con helado.
Abajo quedan el bullicio, el tráfico y el trauma auditivo del cañonazo que, siguiendo una añeja tradición, anuncia el mediodía desde la Torre Lotrscak. En la Ciudad Alta se hace presente el ambiente romántico de otros tiempos. Se presienten las calesas, el taconeo de las botas y los secretos a la luz de las velas junto a la Iglesia de San Marcos, del siglo XIII, con su impar tejado multicolor cuyos mosaicos representan los escudos de Croacia, Dalmacia y Eslovenia a un lado, y el de Zagreb al otro. O en el antiguo convento de los jesuitas transformado en museo, que guarda celosa la escultura del 'Pescador de serpientes', centenario testigo de jugosos pasajes de la cotidianidad zagrebí.
Para que la jornada sea perfecta, deberíamos terminar la noche asistiendo a una opera en el Teatro Nacional Croata que inauguró el emperador Francisco José. «¿Qué empiece la función!», dijo. Y la función no ha parado desde entonces entre los bastidores del edificio neobarroco. Zagreb guarda mucho más de lo que a primera vista pueda parecer.