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LA RAYUELA

Provocadores

Hay gente en política que es provocador por temperamento o carácter. Cada vez que abren la boca, los micrófonos están a punto de dar un pitido, el cameraman sale del sopor habitual y los plumillas comienzan a escribir y a preguntar como posesos. Los hay de todos los colores, porque ser un provocador no es de derechas ni de izquierdas. Ni siquiera es privativo de políticos profesionales: si no, ahí están los miembros de la conferencia episcopal o su cadena de emisoras, provocando un día sí y otro también.

Manuel Vera Borja
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Provocadores son por ejemplo Fraga, Guerra, Cascos, Ibarra, Arzallus, Carod, etc. Pero cada uno tiene sus preferencias y yo me quedo con Aznar y Esperanza Aguirre. ¿Que por qué los prefiero? Es un misterio para mí; creo que es también cuestión de carácter.

A cada uno le pican más unos ajos que otros y estos dos están que se salen. Rara vez abren la boca sin estar pidiendo a gritos que les suelten un exabrupto conceptual del tamaño del suyo. Esta semana han brillado con el show que doña Esperanza ha montado con la disculpa de un congreso de las Nuevas Generaciones del PP de Madrid. Esto de Madrid es muy relevante porque no le servía el secretario general de las NG del PP nacional, que es un chico, hasta donde sé, sensato. Necesitaba un pequeño incendiario, un aprendiz de provocador y ese lo tiene controlado en su feudo.

Así que les han dado instrucciones y estos talentosos chicos del Pilar y el San Estanislao de Kostka se han puesto a decir barbaridades sobre el Estado del Bienestar del que disfrutan privilegiadamente y la han emprendido a golpes dialécticos con los parados que derrochan como potentados el salario mínimo o los sindicatos que nadan en la abundancia. Pero a los dueños del teatro de marionetas, Espe y su adorado Aznar, no les ha parecido bastante. Así que han subido el listón para, de paso, acusar a Rajoy de traicionar las «amistades peligrosas» que él frecuenta, como el hijo pródigo que dilapida la herencia recibida. Pero, puestos a provocar, nos tocan las narices a muchos.

Ahí está ese engominado y acartonado personaje hablando de «progres apolillados», y la marquesa, disfrazada de señorita Pepis, hablando de perder los complejos y decir lo que realmente piensan: a los pobres, ni agua. Si no resultara patético en estos tiempos defender el legado de Bush o el mercado libre sin regulación estatal, podríamos hasta reírnos.

Pero cuando hablan de complejos, ellos sí saben de qué hablan, porque los padecen. Provienen de una juventud gastada aprendiendo depredación social en La Moraleja o el Club de Polo o haciendo oposiciones con tapones en los oídos para no escuchar los cascos de los caballos de los grises persiguiendo a los demócratas, aquellos viejos progresistas. Lo de llamarle canalla al Che es de nota. Aunque el Che se equivocara de camino, fue un rayo de esperanza para millones de desheredados. Eso, la señora marquesa, nunca sabrá valorarlo. Si busca canallas, los tiene más cerca, bajo palio y bajo tierra, en su propia Comunidad. Dicho sea con el respeto que merece como representante democráticamente elegida y reciente víctima del terrorismo en India, pero lo cortés no quita lo valiente. La izquierda puede respirar tranquila, porque cada vez que hablan estos dos, en el PP sube el pan.