obligaciones
CALLE PORVERA Aunque hace dos semanas confesé ciertas pasiones que me hacen reencontrarme cada año con la Navidad, en esta ocasión sucumbo al lado negativo de la balanza y, reconociendo que disfruto de las Fiestas, digo que odio la obligatoriedad que conllevan. Todo empieza en este mes con la avalancha de loterías que compañeros, amigos, conocidos y hasta vecinas del quinto te meten por los ojos con eso de que es para la hermandad, el equipo de fútbol o el taller de manualidades. El caso es que, además de ponerte entre la espada y la pared y asaltarte con la demanda mínima de dos euros, te comen la moral advirtiéndote que el resto del grupo, de la familia o de la plantilla ha comprado el boleto, por lo que atente a las consecuencias si les toca a los demás y no a ti.
Actualizado:Salvado este obstáculo y hecha ya a la idea de que buena parte de mi sueldo mileurista irá a parar al azar, llegan las disputas familiares y el tener que repartirse y dividirse entre mil para quedar bien con todos, aunque te apetezca estar con la mitad de ellos.
Tras haber comido hasta la saciedad y haber departido en tertulias en las que disfrutas más o menos, llega el palo definitivo al bolsillo con la dinámica del regalo. La verdad es que a mí me hace mucha ilusión regalar y sorprender a los míos, pero cuando vas a contrarreloj, tienes que pensar en detalles hasta para el más pintao y desembolsar una enorme cantidad de dinero en un tiempo récord (sin que por Dios se te olvide nada ni nadie), llegas a la conclusión de que las obligaciones navideñas no van contigo. Lo mejor: imaginar por un momento que vuelves a tu más tierna infancia, y que todo tu objetivo se reduce a ponerte ciego de mazapán, olvidar tus quehaceres diarios y esperar con ansia a los Reyes Magos.