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Crónica de un idealista
Si seguimos con atención la ascendente trayectoria familiar, profesional y ciudadana de este abogado gaditano y, sobre todo, si ahondamos hasta descubrir las raíces profundas que la nutren, llegamos a la conclusión de que sus alimentos más sustanciosos son sus profundas convicciones, aquellas que, sembradas en su niñez, le siguen proporcionando sentido, consistencia y unidad a sus múltiples y diferentes actividades.
Actualizado: GuardarEs cierto que, a lo largo de su dilatada vida, ha ido asimilando las enseñanzas que le dictan los episodios, los modelos de identificación que le ofrecen las personas a los que trata y las lecturas de libros enjundiosos que estimulan su reflexión, pero también es verdad que, para guiarse en las encrucijadas decisivas, siempre ha seguido las pautas éticas y religiosas grabadas en su conciencia durante su niñez. En alguna ocasión le he escuchado decir que, aunque la vida le ha dado muchas e importantes lecciones, las fundamentales, esas que lo orientan y lo alientan en los momentos de confusión o de dolor, las aprendió en el seno de su familia. «Y no es que mis padres pronunciaran largos sermones -nos dice-, sino que acertaron al crear una atmósfera de respeto, de cariño, de disciplina, de seriedad y de trabajo».
Esos son, a mi juicio, los rasgos que definen su perfil humano y ésos son los caracteres que han dotado de calidad a sus tareas profesionales en el ámbito del Derecho y a los múltiples servicios que ha desarrollado en las diferentes áreas de nuestra sociedad gaditana, especialmente, en el seno de las cofradías y del deporte.
En mi opinión, José Luis es un idealista y un soñador que crea mundos y que cree en la posibilidad de existencias utópicas más razonables, más bellas y más humanas. Con su equilibrio psicológico, con su integridad ética y con su sensibilidad social nos enseña, sobre todo, a contemplar con paciencia, con esperanza y con serenidad, el paso irreversible del tiempo. Sus reflexiones hondas y elementales sobre el hombre y sobre sus circunstancias, sobre el dolor y sobre el placer, sobre el amor y sobre el orgullo, sobre la guerra y sobre la paz, sobre las alegrías y sobre las penas, constituyen unas sentencias enjundiosas que podrían servir de punto de partida de tratados serios sobre la grandeza, sobre la fragilidad de nuestras absurdas ambiciones y sobre la ridiculez de nuestras disparatadas peleas.