La UE, dividida y por detrás
El guión de la crisis avanza de manera inexorable. Primero vivimos los terrores financieros, cuando el sistema entero amenazaba ruina. Las medidas adoptadas desde entonces han conseguido evitar la locura autodestructiva de los mercados, pero no recomponer los daños intrínsecos producidos ni los colaterales causados a la economía real. En cualquier caso, parece claro que las finanzas han abandonado el primer lugar de las preocupaciones gubernamentales tanto en Europa como en EE UU, un puesto que ahora ocupa la demanda. Pasadas pues las primeras angustias, hemos caído en la cuenta de que tanto el proceso de desapalancamiento general como la recomposición del endeudamiento de familias y empresas son aspectos necesarios para doblegar la crisis. Pero no son suficientes. Necesitamos, también, una adecuada recuperación de la demanda. Y esta 'fase dos' acapara ahora la atención pública, empujada por las peticiones de ayuda emitidas desde los sectores productivos más diversos.
Actualizado:El todavía secretario de Estado del Tesoro norteamericano, Henry Paulson, anunció el martes un nuevo paquete de ayudas de dimensiones cósmicas -800.000 millones de dólares- para estimular la demanda, por la vía de rebajar el coste de las hipotecas y el de las compras con tarjeta de crédito y facilitar la adquisición de automóviles. Ayer, le tocó el turno a la Comisión Europea, que aprobó la propuesta de Durao Barroso de dedicar 200.000 millones de euros al mismo fin. Como ven, las economías occidentales se encuentran metidas de lleno en los viejos dilemas de siempre. Se ha hecho preciso generalizar la austeridad para recomponer los desequilibrios inducidos por las alegrías del pasado.
Pero no podemos exagerar y eliminar la demanda. Sin compras no hay ventas, sin ventas no hay empleo y sin empleo no hay compras. Por eso, como es seguro que la demanda privada va a estar apaciguada en los próximos meses, necesitamos sustituirla con las ayudas públicas, que pueden adoptar muchas formas diferentes. Se puede aumentar el gasto, adelantar las inversiones o rebajar los impuestos.
A la hora de establecer un recetario común, la UE se enfrenta a dos problemas añadidos que merman severamente su capacidad operativa. Primero, a las dificultades derivadas de la extraordinaria división política interna. Cada país miembro atraviesa una situación particular, tiene sus propias preferencias y elige las soluciones que más le convienen. Y en segundo lugar, a la escasez de sus presupuestos, que son nimios comparados con los nacionales. Por eso, el plan trata de involucrar a los estados para que aporten los dineros de los que carece y de armonizar las ayudas nacionales, de tal manera que no introduzcan agravios comparativos, no vulneren la competencia interna y guarden un mínimo de coherencia comunitaria. La tarea del tándem Durao-Almunia es tan enorme como ingrata.