Pocas nueces
Los que me conocen saben que me gusta más un experimento que a un tonto un lápiz. Por eso, cuando el pasado viernes apareció en mi casa un maromo con un artilugio como el del profesor Bacterio solicitando mi colaboración en un proyecto municipal de medición acústica de la calle no dudé en abrirle mi casa, y hasta le saqué la bandeja de las hojaldrinas para que el joven se sintiera lo más cómodo posible mientras instalaba la máquina de la verdad en una de las esquinas del balcón. «Es por lo de la movida, ¿sabe? Esto lo graba todo. El Ayuntamiento está realizando un estudio de impacto acústico». Pues a buenas horas, mangas verdes. Si desde hace dos años no hay movida en mi calle, ¿a qué vienen ahora a medir la saturación acústica de la calle? Así que la primera reacción fue dejar el aparato olvidado durante unos días. Pero luego me salió el pequeño Ruiz-Mateos que llevo dentro y empecé a elucubrar un plan para el fin de semana.
Actualizado: GuardarAsí que como la máquina lo graba todo, hemos estado de proclamas, invitando a amigos y conocidos a utilizar el micrófono. Que si la plaza está hecha una porquería, dílo, dílo en el balcón. Que si el PGOU es un mamarracho, anda, sal y díselo al micrófono. Lo de Canalejas, la piscina de Astilleros, el auditorio multifunción, las luces de navidad, el pabellón nuevo Ea, para la posteridad.
Ayer, el maromo que trajo la máquina -que venía de una empresa de Ingeniería Acústica- recogió sus bártulos y me dio las gracias. Con una sonrisa de maldad le pregunté de la forma más inocente que pude «¿Y ahora esto lo escucha el Ayuntamiento?» «No, señora, al Ayuntamiento sólo le importa el ruido, no las voces» ¿Vaya!, no sé como no se me ocurrió antes. El ruido como siempre.