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MIRADAS AL ALMA

Aquello ocurrió en Vista Alegre

Cuanto más lo siento y pienso, más creo que el arte es una revelación reveladora de un creador. Ese con la enjundia e impronta suficiente para revelarse ante todo y ante todos. Aquella tarde del 5 de octubre de 1974 ocurrió en Vista Alegre, de la mano de un Rafael de Paula en puro trance de inspiración. No es que se parasen los relojes, sino que el tiempo se desmayó ante la catarsis de la antología del gitano, para después despertar y seguir su curso natural. Ocurrió y quedó para los anales de la historia, seguramente marcando un antes y un después no sólo en la carrera del torero, también en todos aquellos dichosos de vivirla y más aún de sentirla.

JESÚS SOTO DE PAULA
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Se despedía Antonio Bienvenida con su capotillo negro vistiendo su torso torero; y unos pletóricos Curro Romero y Rafael de Paula, los dos como salidos de un cuadro de Velázquez, completaban la terna del arte. Lo que hiciera Rafael ante el bravo toro de Bohórquez forma más parte de lo divino que de lo terrenal. Se encontró el gitano de Santiago tan en sus adentros que creó un pozo hondo y profundo del que manaba la más bella agua oscura que un aficionado pudiera beber. Torero de agua y luz azabache que sacia y ciega, que sumerge y eleva un desgarrador dolor de conmovedor clasicismo barroco. ¿Qué lentitud en su capote, qué desmayo en su muleta! Cada lance, cada paso, cada gesto. Todo él y sólo él, torero.

Ocurrió, como digo, en Vista Alegre, y no pretendan dar explicación a lo que no lo tiene. Un misterio que sólo se da muy de vez en cuando y cuya magia vive eterna en los arcanos del recuerdo. En cada lance, en cada muletazo, se dejó el alma subyugando la brava acometida de un toro que se hizo amigo. Aquello, como otras tardes de Rafael, ocurrió en Vista Alegre, de imposible olvido, de cantes y versos clandestinos, como sangre de la cruz de Cristo que éste dejó derramar en la cadenciosa cintura de Rafael de Paula.