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ESTAMPA. Manuel posa con la torre octogonal de fondo y con su puesto de madroños. / L. V.
Jerez

Madroños para el otoño

Hasta la primera quincena de diciembre y desde el pasado mes de octubre, es posible deleitarse con el fruto de los madroños

MANUEL SOTELINO
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En los sinuosos apriscos, en las laderas de los picachos, en medio de los grandes valles de nuestra serranía gaditana están los madroños. Sobreviven en los lugares más inhóspitos y escarpados, de forma súbita. Árbol pequeño en la mayoría de los casos, de no más de cinco metros de altitud, puede confundirse en ocasiones con los matorrales.

Habita en los bosques mediterráneos y forma parte del escudo de la capital del Reino, aunque curiosamente esta tradición se pierde en la noche de los tiempos y no existe constatación sólida en torno a una proliferación de madroños en Madrid. Cádiz es otra cosa. En la zona de Jerez, más concretamente en Montes Propios, es habitual verlos confundiéndose con el lentisco y la carrasca o la encina.

Desde el pasado mes de octubre es posible ver a algunos vendedores de madroños en ciertas partes de Jerez. Sus rojas bolas tienen una textura erizada y el sabor es un tanto áspero cuando se cuela por el paladar. «Son muy buenos de comer. Y además dicen que estupendos para bajar el colesterol», comenta Manuel, que colabora con la familia en un pequeño puestecito de madroños que están recién traídos de la sierra.

Los cartuchitos están perfectamente repartidos y se facilitan al público al módico precio de dos euros. No se para. «En Jerez gustan muchos los madroños. Ya los estás viendo cómo se acercan todos a probarlos», comenta nuestro hombre. Conforme van pasando los minutos, el número de bolitas rojas va descendiendo, y el puesto de la familia de Manuel va quedándose un tanto solitario. Va perdiendo ese tono rojizo y apagado que tienen los deliciosos madroños.

Prosigue Manuel explicando que «desde el quince de octubre, más o menos, ya se pueden comer los madroñitos. Así estamos hasta el quince de diciembre, que son los días en los que se acaba la temporada. Ya hasta el año que viene». Y un esfuerzo que reivindicamos desde estas páginas.

«Que nadie piense que esto es llegar al campo y encontrártelos a la altura de la mano. Son muy complicados de coger. Primero porque están en lugares casi inaccesibles de la sierra, y además porque después suelen estar altos, sobre las copas, y hay que subirse en las ramas. Es un peligro. Por eso traerlos aquí para el deleite de los jerezanos conlleva mucho trabajo», concluye.