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Cultura

Recuerdos de familia

Dibujan el testimonio de madres y abuelas en busca de raíces familiares y culturales perdidas

J. M. DÍAZ DE GUEREÑU
Actualizado:

esde que hubo autores de cómics que los emplearon para contar experiencias propias, expresar sus preocupaciones o simplemente retratarse, las historias familiares han sido ingrediente habitual de las historietas más personales. Era de esperar de un medio que, al fin y al cabo, creció al mismo tiempo que el psicoanálisis y que, a diferencia del cine, resulta practicable para un individuo solo, sin que precise grandes equipos humanos o herramientas de producción costosas. Como la literatura, el cómic estaba condenado a hablar de la historia familiar tanto como de la personal.

Para contarse a sí mismo, Art Spiegelman contó en 'Maus' la vida de su padre y cómo sobrevivió a los campos de exterminio. De igual modo, David B. narró en 'La ascensión del Gran Mal' la peripecia de una familia en busca desesperada de una curación del tipo que fuera para la epilepsia de su hermano. Alison Bechdel indagó en su propia identidad sexual recordando su relación con su padre en 'Fun home'. Tales títulos, entre otros, podrían constituir jalones de una tradición ya notable.

No resulta inesperada, pues, aunque sí curiosa, la coincidencia en librerías de varios títulos en que las historias familiares son en esencia historias de madres o abuelas. Retratar a los mayores tampoco es novedad absoluta. Edmond Baudoin (Niza, 1942), uno de los autores de cómic de más marcada personalidad, ya dedicó 'Couma acò' (1991) a pintar a su abuelo. La obra ganó el premio de Angoulême del año siguiente y quizá algún día la veamos traducida, aunque Baudoin apenas esté editado en castellano. En 2007 obtuvo el mismo premio el japonés Shigeru Mizuki (1922) con 'NonNonBâ', que narra su relación cuando niño con una anciana de la vecindad. En ambas historias, aunque con planteamientos narrativos muy diversos, el trato con las personas de generaciones precedentes contribuye a la maduración del niño que fue el autor. Éste sigue siendo coprotagonista o cuando menos testigo de lo que fueron los mayores, así que contar la experiencia de éstos sirve en definitiva como materia subsidiaria de su perspectiva y de su memoria personal.

En las historias de Kim Eun-sung, Zeina Abirached y Kim Dong-hwa, en cambio, autor y protagonista no coinciden, porque el primero se limita a dar forma en viñetas a una experiencia ajena. Curiosamente, las de los dos coreanos, 'Historias color tierra' (Planeta deAgostini, 2008) del veterano Kim Dong-hwa (1950) y 'La historia de mi madre' (Sinsentido, 2008) de la casi debutante Kim Eun-sung (1965), tienen un propósito similar: contar los recuerdos maternos de la vida familiar en un país, la Corea de la primera mitad del siglo, que ya no existe. Naturalmente, la forma gráfica y la estructura narrativa son diferentes. Kim Dong-hwa dibuja un 'manhwa'-una historieta- bastante tradicional, de estructura capitular pero que sigue la historia de su protagonista y la de su madre, la abuela del autor. Kim Eun-sung, por su parte, con su dibujo esquemático, de fuertes contrastes, sigue el testimonio desordenado y casual de su madre, a través de cuyas divagaciones y añoranzas recupera el aroma de un pasado ya perdido. Hasta ahora han aparecido en castellano sólo los primeros volúmenes de los tres de que constan ambas historias, a las que aún falta, por tanto, la parte mayor de su recorrido.

La libanesa Zeina Abirached (Beirut, 1981), por su parte, dibuja una historia de tenor mucho más simbólico, como indica su título, 'El juego de las golondrinas', irónico para un estricto 'huis clos'. Presenta a la familia protagonista y sus vecinos, una noche en el Beirut de 1985, refugiados en una pequeña habitación de la casa familiar adonde acuden para protegerse de los bombardeos mientras esperan el regreso de los padres, a los que el peligro retiene unas manzanas más allá. Abirached juega a conciencia con la repetición de planos e imágenes, en particular la de un tapiz que representa la huida de Egipto del pueblo judío guiado por Moisés y sirve de fondo a toda la obra, de modo que su relato se resuelve en una especie de pieza de cámara, de movimientos y diálogos medidos, con los que dibuja las personalidades de parientes y vecinos e incorpora sus historias pasadas a la representación.

El protagonismo femenino de estas historias determina, más que su autoría, la forma en que se enfrentan al pasado y emparenta los 'manhwa' de Kim Dong-hwa y Kim Eun-sung, autor y autora, respectivamente. Una obra no traducida aún al castellano nos proporciona un interesante punto de referencia: 'The Magical Life de Long Tack Sam' es el título de un documental cinematográfico primero y luego de una «memoria ilustrada» -fotos, recortes de prensa, textos y cómic- (Riverhead, 2007) que ha firmado la cineasta Ann Marie Fleming (Okinawa, 1962). En ambos indaga en la biografía de su bisabuelo, un acróbata y mago chino de fama internacional allá por el primer tercio del siglo XX. Fleming recopila información y testimonios acerca de Long Tack Sam por lo que su biografía tuvo de extraordinario y fuera de lo común. En cambio, las obras que nos ocupan aquí tratan de vidas corrientes, en las que nada notable destaca, salvo quizá el haber soportado la experiencia de la guerra y sus secuelas. Lo dice expresamente Kim Eun-sung: lo que ella quería era «dejar constancia de la vida de una madre normal y corriente» mediante el lenguaje que domina.

Por ser sus protagonistas mujeres y madres vulgares, estas historietas se fijan en la existencia cotidiana, en la relación estrecha dentro de los límites de la casa, en las naderías de cada vida familiar, en definitiva. En ellas importan amores y desamores, costumbres caídas en desuso o hasta recetas de cocina de antaño más que los grandes acontecimientos de la historia, de los que sólo sabemos por cuanto determinan las vidas privadas que nos cuentan. La guerra del Líbano asoma a la obra de Abirached porque causa dolores y miedos muy concretos, o porque obliga a pensar bien qué nombre poner al niño aún nonato en caso de que haya que emigrar a Occidente. La invasión japonesa es para Kim Eun-sung el largo pleito por un terreno expropiado, que causa desazón y angustias económicas a la familia materna. El testimonio de estas mujeres que vivieron un tiempo pasado parece un modo de aferrarse a una cultura y unos modos de vida que se desvanecen junto con su memoria. Los cómics de sus hijos e hijas reavivan la herencia de aquellas existencias, disuelta por el ruido y la furia de nuestro tiempo.