Guridi y lazkano: una misma moneda
Un programa equilibrado en su concepción, donde una obra contemporánea compartía el espacio escénico del Falla con una muestra de uno de los compositores más importantes de nuestra historia musical, hacían del estreno de la Orquesta Sinfónica de Euskadi una cita ineludible para todos los gaditanos, melómanos o simplemente aficionados a la música. Desgraciadamente este estímulo no fue suficiente para permitir una buena entrada en el coliseo gaditano, y eso que era sábado.
Actualizado:En esta primera apreciación reside la importancia de la elección de los compositores para elaborar el programa de concierto en un Festival de las características del que ahora nos preocupa. La música de vanguardia debe convertirse en una propuesta en la que sus valores caminen parejos a los de las composiciones más clásicas. La escucha racional de ambas vertientes se diversifica, pero a su vez se complementa. El aficionado gaditano, en muchos de los casos, planea tener una experiencia siempre negativa cuando va a entrar en contacto con la unión de música y modernidad. Por ello es necesario devolverle al orden racional del que proviene. El sábado, Ramón Lazkano propuso al publico una interesante y sugerente idea de modernidad, y Jesús Guridi nos devolvió al disfrute del más alto sinfonismo español de la primera mitad del siglo XX. Dos caras, pero una misma moneda.
Itaun, compuesta en 2003, presenta una estructuración lineal, con una orquestación que explora la tímbrica desde su región más aguda y donde los elementos polirrítmicos rompen, en ocasiones, la insistencia de células que mutan constantemente y que cohabitan con texturas y planos superpuestos. En ellos, el acordeón solista surge casi como un integrante más de la orquesta, impregnando con su peculiar timbre el resultado general de la composición. Si bien este tipo de piezas ofrece una difícil valoración de sus intérpretes, Itaun sirvió para mostrar la impecable ejecución que del acordeón llevó a cabo Iñaki Alberdi. Su interpretación, repleta de sutilezas, consiguió que el público descubriera la gran cantidad de matices que guarda esta partitura. Una lectura impecable y totalmente emotiva de la obra de Lazkano le permitió el reconocimiento general del público asistente. La unión orquesta-solista fue perfecta, gracias a la pulcra y clara exposición que de ella hizo Pablo González, director de gesto estricto y decido aunque con excesivo ímpetu, sobre todo en momentos donde quizás la partitura no lo requería.
La Sinfonía Pirenaica, estrenada en 1946, es una de las muestras musicales de Jesús Guridi donde contemplamos con más insistencia su perfecto dominio de la tímbrica orquestal. Durante su escucha, es inevitable volver la mirada a Falla y a su Sombrero de Tres Picos, e incluso, a Dvorak. Los tres movimientos que la construyen apenas ofrecen contraste motívico por lo que podríamos considerarla como un gran crisol de colores donde se cita la continua generación melódica y temática sobre un desarrollo ordenado y pulcro.
La lectura obrada por la Sinfónica de Euskadi estuvo cimentada en un perfecto empaque entre secciones, empañado por las diferencias dinámicas entre el viento y la cuerda que ofrece la caja acústica del teatro y que, dicho sea de paso, deberían ser valoradas por los directores asistentes a la hora de plantear su propuesta musical. Una calidez que a veces contrastó con unas secciones de viento con cierto exceso de ímpetu. La redondez del concierto, premiada por el público, tuvo el agradecimiento de los intérpretes en forma de melodía. La Amorosa de Guridi culminó una bella noche de música puramente vasca.