LA RAYUELA

Volveré a Granada

Asistimos durante estas semanas al triste espectáculo de esa España profunda que sacrifica a sus mejores hijos. Al lamentable esperpento de que un poeta de Granada, apoyado por el mundo de la cultura (compruebe la impresionante lista de más de 6.000 personas que firman apoyoaluisgarciamontero@gmail.com) y arropado con cariño por sus alumnos, tenga que hacer el hatillo y salir de Granada en la oscuridad de una sentencia incomprensible que le manda fuera de su amado mundo por defender la dignidad de auténticos iconos de nuestra cultura, a los que se denigra y difama con la insolencia de la impunidad.

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Una de las razones del desprestigio de la justicia en España es la cada vez más frecuente distancia entre las sentencias y conductas de jueces y fiscales y el sentir de unos ciudadanos que juzgan con el sentido común en el marco de unos valores morales que, se supone, compartimos. En esta estela de despropósitos se inscribe la condena de un juez contra el poeta y profesor de la Universidad de Granada Luis García Montero. Ha sido condenado por llamar perturbado a un profesor universitario que afirma que Lorca era fascista, cuando fue asesinado por fascistas. Si este profesor puede reiteradamente afirmar esto de Lorca o de Francisco Ayala, deberían actuar las autoridades académicas para evitar tanto desafuero y la fiscalía por injuriar la memoria histórica de todos.

Muchos ciudadanos no entendemos ni que el condenado sea el poeta, ni que el asesinado sea tildado de fascista. Pero tampoco comprendemos que la fiscalía desautorice a Garzón retrasando la vuelta de Lorca a Granada. Al releer los poemas de LGM he encontrado uno, que aunque fue escrito para otros nombres, hoy se me antoja apropiado para hablar de él mismo, de Lorca o Ayala y de la ciudad que los enlaza: «Porque la vida entra en las palabras/ como el mar en un barco/ cubre de tiempo el nombre de las cosas/ y lleva a la raíz de un adjetivo/ el cielo de una fecha /el balcón de una casa,/ la luz de una ciudad reflejada en un río».

Pero a LGM también le echa de la Universidad de Granada la envidia -ese veneno de la España profunda- y la indiferencia de algunos, que no se sienten concernidos cuando su compañero de aula, vecino o paisano, siembra insidias, elucubra con maldad o injuria la memoria de demócratas que fueron víctimas o perseguidos del fascismo, enturbiando el agua donde nos reconocemos como personas libres.

En días como éstos hay que escuchar a otro poeta hoy secuestrado en el olvido por sus albaceas, Rafael Alberti, amigo que fue de Montero y Lorca: ¿Quién hoy sus jardines aprisiona y pone cadenas al habla de sus surtidores?/ Nunca vi Granada./Si altas son las torres, el valor es alto./ Venid por montañas, por mares y campos./ Entraré en Granada.

Y esperar que Federico y Luis vuelvan pronto a su Granada, a la Granada en la que todos habitamos, en una mañana luminosa como la que describen sus versos: La madrugada deja/ rastros de oscuridad entre las manos./ Oigo/ una voz que clarea. Lentamente/ los tejados sonríen cada vez más extensos,/ y así,/ como una ola,/ entre la nube abierta de todos los suburbios,/ esta ciudad se rompe sobre las alamedas, /bajo los picos últimos /donde la nieve aguarda/ que suba el mar, que nazca la marea.