ENMIENDAS AL PARADIGMA

Mayor eficiencia, ¿para qué?

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He leído con atención, y repetidas veces, los catorce folios de la Declaración de la Cumbre de Washington, y, si mi modesta capacidad de análisis no me engaña, eso que hemos venido en llamar crisis del capitalismo actual es, efectivamente, una crisis, pero de crecimiento, tal como la denominé en una de mis anteriores columnas.

Permítame el lector (o la lectora, claro) traer a colación una anécdota para entrar en materia. Cuentan que el conocido filósofo de la lógica y del lenguaje, Ludwig Wittgenstein, en el acto de presentación de su obra más relevante, el célebre Tractatus (de 1921), dijo a los presentes: «Mi libro consta de dos partes: la parte escrita y la parte no escrita; de las dos, la no escrita es la más importante».

Salvando las distancias entre contextos, creo que lo mismo podría decirse de la Declaración elaborada por los líderes del G20: más importante que lo que se dice en esos folios, es aquello que se silencia, que no se dice. Porque lo que se silencia constituye de hecho la auténtica estructura profunda que da consistencia y verdadero sentido al documento. Una lectura apresurada del mismo, de su parte escrita, podría llevarnos a considerar que a partir de esta Declaración nada va a ser ya igual en el mundo, tal como precipitadamente se ha dicho estos días. Pero de su parte no escrita se desprenden cuestiones fundamentales que van a permanecer inamovibles, e incluso reafirmadas, ejerciendo su potente influencia sobre la realidad real. No tendría este hecho nada de particular si el contenido (el explícito y el implícito) de la Declaración no se estuviese considerando como la hoja de ruta que va a determinar la vida de millones de personas de todo el mundo, del planeta en su totalidad, para las próximas décadas al menos.

Y lo que me parece preocupante es que en estos pocos días que median entre la publicación de la Declaración y la redacción de estas modestas reflexiones, no se hayan oído ya voces señalando que por mucha variación que aparentemente se quiera imprimir a la nueva representación (¿será comedia, será drama, será tragedia...?), las verdaderas innovaciones vendrán determinadas por las características del escenario económico mundial, que, para decirlo brevemente, la Declaración no toca para nada en sus constituyentes básicos. Igual que hasta ahora, la vida real de la gente estará determinada, no por las grandes retóricas, no por la búsqueda de la mayor eficiencia de un sistema que acusa el lógico desgaste debido al uso y el abuso, sino por la permanencia de unos dogmas económicos que se resisten a ser revisados, o al menos mitigados, y menos aún cuestionados.

Como el espacio disponible no da para mucho más, me limito a denunciar dos de estos dogmas: el consumo desaforado e insostenible como elemento motriz del sistema, por un lado, y el profundo desequilibrio, insostenible también, entre la asignación de rentas al capital, por una parte, y al factor trabajo por otra. No hace falta decir que estos dogmas, entre algunos más que otro día podemos considerar, están en el origen de las nefastas turbulencias (no ya sólo económicas) que inundan de precariedad y de sufrimiento a gran parte de la Humanidad. Son estos dogmas los que imposibilitan la expansión de la ética y de la justicia en el mundo; los que desvirtúan el sentido pleno de la democracia; los que degradan los grandes ideales; los que banalizan los sentimientos más profundamente humanos; los que arruinan el medio ambiente; los que, en definitiva, impiden el verdadero progreso.

Lo dice ahí, en la parte no escrita de la Declaración.